Hablemos de armas y cabildeo

A estas alturas, hasta los más lerdos tendrían que entender que no es coincidencia que ocurran tiroteos en Estados Unidos. De hecho, es hasta cierto punto comprensible y ya sabemos por qué: allí es más fácil comprar un rifle semiautomático que unas cervezas.

Lo que quizá usted desconoce es por qué se tolera todavía esta situación. Para esto, sugeriría volver a ver un documental viejo, pero increíblemente revelador: “Bowling for Colombine” (1999) del director Michael Moore.

Sí, ya sé, es de hace 19 años, sin embargo, los contextos de aquel entonces y el de ahora parecen los mismos: armas fáciles de comprar, familias desarticuladas y chicos desorientados son una pésima combinación, en la cual el elemento más dañino será siempre el primero.

Luego entonces, ¿por qué mantener una legislación que permite la compra de armas a jóvenes perturbados?

En primera instancia, Moore, en su documental, habla de un derecho mal entendido, la libertad para armarse y protegerse es como una religión para muchos gringos, pero por sobre todas las cosas denuncia a la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés) y su enorme poder de influencia en las élites políticas norteamericanas.

En otras palabras, estamos hablando de la capacidad de cabildeo de la NRA, es decir, de su habilidad para incidir o presionar a quienes están en el poder diputados, presidentes o secretarios para que tomen decisiones en su favor.

¿Existe eso? Por supuesto ¿Es legal? Claro que sí. De hecho, sin querer pasar por jurista, la Constitución Mexicana reconoce el derecho de petición, garantía para poder entablar un diálogo con la autoridad sin sufrir represalias.

El asunto, como en muchas actividades de la vida, no son los actos de lobbying en sí mismos (el otro término que se utiliza) sino las intenciones detrás de éstos: se puede cabildear para salvar una reserva hidrológica de una granja de cerdos, como se puede incidir en políticos con cañonazos de lana para deshacer una paraestatal y dejarle el petróleo de la nación a empresas nacionales (cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia).

No obstante, cada profesional del cabildeo, que los hay y muchos y cobran muy bien, es quien tiene que reflexionar sobre si hace lo correcto o no desde un punto de vista ético y moral, sin querer pasar por ingenuos y negar que a muchos de ellos hace ya tiempo la conciencia les sangra porque no paran de clavarle un cuchillo.

Viene a cuento la anterior perorata en parte para explicar esta situación norteamericana, pero también para admitir que una parte esencial para entender cómo funciona la política local y nacional es reconocer cómo distintos grupos económicos inciden en las élites políticas, los cuales, en diferentes ocasiones, acaban siendo controlados.

Más nos valdría entrenarnos para vislumbrar esas intenciones no siempre tan evidentes y también para imaginar nuevas formas para cambiar este país.

Las marchas, le pese a quien le pese, suelen ser un recurso inútil sin la estrategia adecuada.

 

Por Alejandro Fitzmaurice

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.