No hay que llegar primero…

Es muy difícil, por no decir imposible, que los Juegos Olímpicos de Invierno sean parámetro de noticias agradables para los aficionados mexicanos al deporte, pero la imagen del esquiador Germán Madrazo al llegar a la meta agitando la bandera de México debe poner contento a más de uno, pues más allá del último lugar que ocupó en la prueba de Cross Country, la historia de este aventurero mexicano es verdaderamente inspiradora.

Madrazo pasó de ser triatleta a interesarse por el esquí de forma inesperada, inspirado en la historia del peruano Roberto Carcelén, quien compitió en la edición de los Olímpicos Invernales de Vancouver 2010 y llegó a la meta en Sochi 2012 a pesar de tener dos costillas fracturadas. Ahora, era el momento de Germán, quien con 42 años de edad, propietario de un negocio, padre de trillizos y poco dinero para prepararse, se aventó a la que, sin duda, es la aventura de su vida.

Sin saber esquiar (hasta hace un año), pero con espíritu ganador de sobra, Madrazo se fue a ver al entrenador de Carcelén, con previa recomendación de éste. Fue en un largo viaje por carretera que el mentor enseñó a Germán a utilizar los esquís en las pistas que se encontraron por el camino.

No obstante para continuar con su travesía, Germán se tuvo que apoyar de otros compañeros, el chileno Yonathan Fernández y el popular atleta tongano Pita Taufatofua, quienes al igual que Madrazo tenían recursos limitados para continuar con su preparación. “Hubo un día en que nos quedamos definitivamente sin dinero. Nos quedaba sólo una barra de chocolate. Nos las íbamos rotando hasta que quedó sólo una. Pita la compartió y me dijo… ‘lucha otro día, hermano’”, relató el mexicano en entrevista con El Universal.

A pesar de la adversidad, Germán pasó de usar esquíes con ruedas a hacer pruebas en nieve justo a tiempo para luchar por su calificación a Pyongyang 2018, lo que sin duda alguna fue como subir al podio para él.

Ya en la competencia olímpica, en la última parte del recorrido, con la conciencia de que terminaría en último lugar, que no tenía nada más que perder y que ya había ganado demasiado, Madrazo tomó prestadoa una bandera de México para conquistar Pyongyang de la forma más humilde y valorada por el olimpismo: con el esfuerzo y la perseverancia que hacen inmortales a los atletas.

Como decía el maestro José Alfredo Jiménez, “no hay que llegar primero, pero hay que saber llegar”. Ojalá que a varios mexicanos, como Madrazo, no nos dé frío para cumplir nuestras metas y vayamos más allá de los límites mentales para cumplir con nuestros objetivos, por “imposibles” que estos puedan parecer.

 

Por Martín Arias

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