Pistola por color de piel

 

Me ha tocado ver, más veces de las que nunca creí, a amigas llegar llorando porque las habían “nalgueado”, manoseado o intimidado con palabras vulgares en el metro, metro bus y otros transportes públicos. Es duro, difícil y muy triste tener que vivir estos momentos donde no he sabido que hacer más que escucharlas llorar de rabia, indignación, humillación y miedo.

Comparto todos sus sentimientos y me da todavía más coraje que siga pasando, una y otra vez. Sin embargo, nunca me ha pasado a mi (hasta ahorita y espero que no me pase). Verdaderamente, no sé por qué. Me muevo en el mismo transporte público que ellas, a las mismas horas y con ropa similar. No es que me suba en tacones, con un collar de perlas (que no tengo) y un Rolex (que tampoco tengo) ni ellas tampoco. La verdad, la única diferencia entre ellas y yo, es nuestro tono de piel.

Mi teoría, llana, torpe y sin afán de destapar la caja de pandora es que ni a mí ni a mi roomie nos ha pasado nada desagradable (comentarios sí, pero nunca algo físico) en el transporte público, porque somos “las hueritas”.

Lo que hice fue meterme a las estadísticas de delincuencia en la Ciudad de México y comparar la cantidad de delitos entre las delegaciones y la gravedad de estos, dándole más importancia al segundo punto. Las delegaciones con mayor número de delitos registrados (datos de la Procuraduría General de CDMX) fueron, en el 2017, la Cuauhtémoc y la Miguel Hidalgo. Estas delegaciones abarcan zonas y colonias residenciales más costosas (la Roma, Condesa, etc.) y al mismo tiempo zonas donde el nivel socio-económico promedio de sus habitantes es medio-bajo y bajo. Además, la mayoría de sus delitos (arriba del 89% ) son de bajo impacto.

Por otro lado, Iztapalapa, Xochimilco y Tláhuac son las zonas que tienen una mayor proporción de delitos de alto impacto (robos con violencia, violaciones, etc.) alrededor de un 20% del total de sus delitos. El promedio socio-económico de estas zonas entra en la categoría de bajo y medio-bajo.

Mi intención era evidenciar que en las zonas más ricas de la ciudad hay menos delitos de alto impacto, mientras que en zonas más pobres hay un mayor número de estos. ¿Por qué sucede esto si en las zonas ricas hay más dinero? ¿No sería más útil robarle a alguien un reloj caro, asaltar una casa con costosas pertenencias? Si tuviésemos en frente a un hombre con una pistola y a otro sin ella, ¿a quién nos enfrentaríamos desarmados? Creo que al que no tiene la pistola. Pues bien, la mayor cantidad de delitos “perseguidos” son los de la gente que tiene los recursos para presionar que se persigan, o que conoce sus derechos. Injustamente, no todos tienen la capacidad de hacer esto.

Además, repito: el índice de delitos son los registrados. ¿Por qué en las zonas donde hay más delitos graves hay menos delitos en total? ¿Es porque no suceden o porque la gente no denuncia? Si la gente no denuncia, no se puede levantar el registro ni prender el foco rojo. Puede ser que no denuncien porque creen, no sin razones, que no va a cambiar nada. No por nada en el mercado de Tepito hay un letrero pintado que dice “Tepito sobrevive porque su gente lo defiende”, ¿de quién lo defiende? De asaltantes, policías y demás. Entonces, si hay impunidad, ¿no es mejor ahorrarse la denunciada, resolver el conflicto con tus vecinos y sólo registrar aquellos delitos que son demasiado graves como para no denunciar?

Si aplicamos la misma relación que existe entre la zona y nivel socioeconómico a la vulnerabilidad de las mujeres en los transportes públicos, podríamos deducir que la mujer que tiene más recursos denunciará más y tendrá mayores oportunidades de que su atacante no quede impune. Desgraciadamente, en México la piel es un recurso muy poderoso. El ser blanco es un arma que avisa que probablemente, tenga más recursos para hacer valer mis derechos.

Qué paradoja más grande, vivir en una ciudad donde una gran proporción de la clase socio-económica alta no se mueve en transporte público (me consta) porque piensa que los van a asaltar, violentar, abusar cuando son a quienes (sobre todo si eres blanco) probablemente menos les suceda.

Lo más triste es que, si quienes conocen la ley, sus derechos, tienen acceso a la educación y nacieron blancos o en una familia con dinero, se siguen sin mover en el metro, entonces no podrán nunca denunciar y perseguir la impunidad que se sigue en estos lugares. No estoy diciendo que ésta sea la mejor vía. La mejor sería lograr que todos tuvieran el deseo de denunciar y que estas denuncias no queden impunes. Sin embargo, moverse en transporte público acota la brecha de desigualdad que hay entre las clases socio-económicas, no a manera de dinero, pero sí de relaciones, de entendimiento.

En definitiva, ninguna política pública en pos de reducir los abusos sexuales, la delincuencia y aumentar la cultura de la denuncia, tendrá verdadero impacto si quienes las hacen no se mueven, conviven y se relacionan, con quienes más sufren estos delitos.

 

Por Renata Millet*
milletrenata@gmail.com

* Estudiante de Ciencia Política en el ITAM y de Pedagogía de la UNAM. Lectora, amante del mar y la navegación.

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