SEGUNDA PLANA – PUNTO MEDIO

NADA MENOS que cuatro administraciones municipales han pasado sin que se logre poner a funcionar ese edificio, un gran tinglado en el costado poniente del mercado Lucas de Gálvez. Nos parece que es imposible negar la realidad, no ver que ese enorme lunar requiere una solución, porque la zona de La Pepita y El Tinglado del Mercado Grande nos muestran todos los días el tamaño que pueden alcanzar los problemas cuando en vez de atenderlos se les dan largas y se presentan excusas para no actuar. Como detallamos en la página 15 de esta edición, La Pepita era una zona que requería renovación, y eso es lo que se intentó en primera instancia, pero al parecer el proyecto no fue consultado a fondo con las personas que trabajaban ahí, los locatarios. Cuando La Pepita nueva estuvo lista esos comerciantes quedaron desagradablemente sorprendidos al ver que los locales eran tan pequeños que no se podía utilizarlos. La autoridad dijo entonces que se harían adecuaciones, pero todo fue solamente promesas. El abandono y la opacidad ahí siguen, acumulando años y retando la lógica y las demandas de transparencia.
LA VERDAD ES que La Pepita se ha convertido en un laberinto más difícil que el de Creta que encerraba al mítico Minotauro, y una parte muy importante de ese enredo, si no es que la más importante y difícil de resolver, es el peso de los sindicatos o asociaciones de locatarios que gravitan en torno a los mercados del Centro Histórico. Porque desde la primera vez que se intentó modernizar esa área, la alcaldesa Ana Rosa Payán se topó con resistencias y exigencias de líderes y líderzuelos que exigían tener prioridad a la hora de repartir locales en el Lucas de Gálvez, el San Benito y el área de La Pepita. El asunto se complicó cada vez más, tanto que las negociaciones con esos cabecillas tuvieron que abarcar los locales en los tres pisos del San Benito y diversas áreas de los otros centros de abasto. Bueno, incluso los vendedores callejeros pedían su parte y algunos lograron contar con locales además de conservar sus puestos en la vía pública. El asunto es tan complejo que ni el también mítico Arzobispo de Constantinopla podría desenredarlo fácilmente.

 

Por Gínder Peraza

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