Adiós, candidato

Por Esteban Sanjuán

Tres en punto. No sé por qué, pero lo primero que veo al llegar a la Plaza Grande es a Santiago Alamilla devorarse un helado. Parece de coco. Hay varios junto a él haciendo lo mismo. El heladero se pone vivo y se queda junto a ellos. Alguien va a repetir. Quizá lo presiente. Aunque, claro, no hay que ser adivino para pronosticar esos antojos: hace un calor mata siestas, pero aquí estamos todos parados esperando al Presidente. El asunto del “electo” es prácticamente una anécdota.

Desde la esquina del Olimpo, ya se ve el escenario grande y a cientos que se han apostado en los alrededores. Allá están las mantas, las pancartas, las proclamas. Hay sed de la mala, sí, pero también de justicia, y a eso han venido muchos. Unos viejitos de gorra y alpargatas, que hablan maya entre ellos y tienen un problema de tierras que no supe entender, estiran la tele para que se vea mejor.

“Ya va a llegar”, dice el pésimo cómico y regular cantante que han contratado para amenizar. “Ya va a llegar”, repite, desde el escenario, el intérprete a la multitud reunida, mientras alterna entre canciones que “acarician el alma” (según él) y chistes malos que empieza a contar con un muñeco que, hace 32 años, me hubiese dado pavor. Por supuesto, ya ha intentado que la gente, aturdida de calor debajo de las carpas, aplauda o grite “presidente”, pero a todo mundo le da exactamente igual.

4:47. Andrés Manuel López Obrador sigue sin llegar, como la lluvia que no se decide a caer, pero se anuncia con gotitas. Falta el importante, aunque ya treparon al templete a la plana mayor: alcaldes, diputados y a la coordinadora de los regidores de Morena en Mérida, Sofía Castro Romero, seria, muy seria. Mientras tanto, para la espera, nos recetan a dos oradores que caminan por el escenario, aunque sin humor que lamentar.

Más o menos 30 minutos después, la plaza revienta entre gritos, más gente y música con un volumen útil para quien desee asesinar a los tímpanos. Saluda a todos. ¿Quién va a quedarse sin darle la mano? Faltaba más. Detrás de él, una mujer y un hombre, hasta donde alcanzo a observar, reciben hojas y sobres mientras Andrés Manuel se deja querer entre abrazo y selfies. Todo un rockstar. Que lo disfrute.

Ya en el escenario, comienzan las palabras de este último mitin, una auténtica despedida al presidente electo que, al menos en parte, sigue hablando como candidato. De hecho, ésa una de las pocas novedades que aborda en este nuevo discurso con los mismos bytes de la campaña: le dice adiós a Morena. Adora al partido, pero todo lo que no sea pueblo y gobierno se queda atrás. Eso dice.

Además de eso, y la promesa de fomentar huertos con árboles frutales y maderables, aparecen los apoyos y las becas, el asunto del Tren Maya y el sueldo que nadie deberá rebasar, y que la corrupción se va a arrancar de raíz y que de allí viene la palabra radical. Las palabras parecen las mismas de la tele: “Y no les voy a fallar […] yo no me voy a marear”.

Lo vuelve a decir, aquí y ahora, en la Plaza Grande de la ciudad de Mérida con un discurso donde abundan las promesas, las emociones, los cañonazos de lana. Siguen escaseando los cómos. Tampoco se le puede reprochar. Es mitin, “gira de agradecimiento”, no cátedra. No hay que ser sangrones.

Y en eso voy pensando mientras camino rumbo a casa, empapado por la terca llovizna que comenzó a caer una vez que Andrés Manuel dejó de hablar y se despidió. Como con Vila, también escuché si aquello no era una señal de mal agüero. Lluvia con sol. Se veía la tarde luminosa, aunque estaba empapada la camisa. No hay que ser sangrones, pero los analistas de la prensa “fifí” generan dudas que siguen resolverse.

En eso pienso mientras voy pisando charcos: en la cantidad de gente que vino a rendir un saludo, pero también a mostrar las cicatrices, la sed de años, el hambre de siglos. Allí estaba, alrededor de las zonas especiales, a unos metros de los que sí tenían asiento cercano al templete. A unos centímetros de un abogado experto en triquiñuelas legales para quitar tierras, estaba el ejidatario, con su pancarta, pidiendo la devolución de la parcela que le habían quitado.

Ya no hay tiempo. Ya no hay plazos. Ellos y ellas, los de siempre, los que nunca, vinieron de lejos a confirmar que siguen heridos.
Que ya sea diciembre. Por el bien de todos, que comience la magia.

Urge.

 

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