Aires decembrinos, olores paternalistas

 

En medio de los aires decembrinos, que aquí en la península Yucateca superan los 30°C, se oyen los villancicos navideños, las casas se adornan con lucecitas, se habla de posadas y de realizar eventos para los más necesitados: comunidades alejadas de la ciudad, albergues, hospitales.

Este “llevar la felicidad navideña” o el “espíritu navideño” hace que vuelva a pensar sobre lo mucho que me conflictúa el concepto del paternalismo. No queriendo desmotivar sus acciones navideñas, y a mera manera de auto-reflexión, me gustaría compartir mi conclusión.

Los que me conocen sabrán que me gusta mucho estar envuelta en proyectos sociales. Muchas veces, he sentido que me beneficiaba más yo de lo que hacía que a los que intentaba ayudar. Otras, veía cómo después de mucho trabajar no lograba el resultado esperado.

Cuando me encontraba en Chiapas, un amigo mío que iba a construir baños secos a comunidades lejanas donde no había sistema de drenaje, nos contó muy sorprendido cómo, cuando intentaron instalar un calentador de agua (porque ahí el agua es helada para bañarse), los líderes de la comunidad se les acercaron y les preguntaron por qué les instalaban eso, si a ellos les gustaba el agua fría, que mejor lo gastaran en otras cosas que sí necesitaban.

Situaciones como ésta me han conflictuado mucho. Vivimos en un país con mucha desigualdad, no sólo hay que cruzar el puente de Santa Fe para verlo. El estado no se da abasto, entre el mal manejo, la ineficiencia en implantación de políticas públicas efectivas y la corrupción, es necesario que la sociedad intervenga. Sin embargo, me pregunto si estamos interviniendo de la manera correcta.

Uno de los puntos de investigación de la Dra. Paulette Dieterlen, es sobre el Estado paternalista mexicano de los años 60, en el boom del estado del bienestar que surge en la posguerra. Ella habla de cómo este estado de bienestar paternalista formado en ese entonces, ha repercutido en el México que vivimos hoy, desde el reparto de las tierras agrarias, la educación obligatoria, hasta el seguro popular, creado algunos años atrás.

Por mi parte, creo que el estado del bienestar es necesario en cualquier país que busque disminuir la desigualdad. Coincido con Dieterlen cuando menciona que, en un país como México, muchas políticas consideradas paternalistas, son “resultado de una mínima justicia distributiva”.

Antes de seguir, quiero escribir la definición de paternalismo que me parece más acertada, es de Van de Veer: Es una relación entre dos sujetos A y B (el sujeto B podría ser una comunidad completa o un individuo), donde el primero realiza (u omite) una acción buscando un beneficio para B, porque cree que éste no lo va a hacer, ya que no puede ver lo que es bueno para él. Es decir, A actúa en contra de lo que B quiere, piensa hace, porque cree que él sabe lo que es mejor para B.

Tanto el Dr. Macario Alemany, en su tesis doctoral “Sobre el concepto y la justificación del paternalismo”, como la Dra. Paulette Dieterlen, mencionan que el paternalismo es (dentro de otras cuestiones) cuando un Sujeto A ejerce alguna acción sobre y para el sujeto B buscando un beneficio para el sujeto B o evitándole un daño, esto sin su consentimiento (el sujeto que va a recibir el beneficio jamás dijo que lo quería ni lo pidió) con la justificación de que van a adquirir su consentimiento en el futuro o que la obtuvieron en el pasado.

Éste es el punto que más me hace pensar. Pocas veces le pregunté a la gente a la que iba a beneficiar, qué era lo que necesitaban. Ya sea por haber recibido mejor educación académica, pertenecer a un nivel socio-económico diferente, tener un distinto color de piel o vivir en zonas más desarrolladas, por algún motivo pensé que yo sabría lo que necesitarían. Sin haber vivido donde viven, sin comer lo que comen, sin dormir donde duermen.

Siempre he escuchado la frase “no les des pescado, enséñales a pescar” y todas sus variantes, pero es más difícil, desgastante y no genera tanta satisfacción como el “dar el pescado”. Para los que están en el gobierno, el enseñar a pescar no generará votos en las próximas elecciones, porque como ya dije, es un proceso de largo plazo, por lo que “no les conviene”.

Para la sociedad, el enseñar a pescar no se hace en un día llevando posadas, suéteres, despensas y juguetes a un albergue, a una comunidad, a Chiapas, al hospital.

Podría sonar con esto, que creo que el paternalismo es malo. Si en algo coinciden Alemany y Dieterlen, es que el paternalismo tiene neutralidad valorativa. Es decir, el paternalismo no es bueno ni malo, es simplemente paternalismo. La acción paternalista y sus repercusiones si pueden ser buenas o malas. Es por eso que el paternalismo es bueno en circunstancias en las que es la mejor opción dentro de todas las alternativas, o es la única.

Como dice Dieterlen, el “rechazar un estado paternalista no nos lleva a rechazar ciertas políticas paternalistas”. Siguiendo la misma línea, el rechazar una sociedad meramente paternalista en épocas decembrinas no nos lleva a rechazar todas las medidas paternalistas que muchas veces son necesarias.

Creo que hacer actos benevolentes en cualquier época del año es necesario, y por el simple hecho de ser con una buena intención, como dice Kant, ya son meramente buenos. El problema está en que como sociedad sólo funcionemos así, mirando al otro hacia abajo, no preguntándole que es lo que necesita, ocultándole la verdad, “llevándole felicidad”. Creo que esto genera más desigualdad, va en contra a los valores del liberalismo (el que cada quien sea libre de escoger que es lo que quiere y necesita) por el cual se rige la democracia y pone barreras para la necesaria movilidad social.

Me gustaría terminar con una frase de Hans Kung que dijo uno de mis maestros: “Nadie puede dar por caridad lo que el otro merece por derecho”.

Por Renata Millet*

milletrenata@gmail.com

* Estudiante de Ciencia Política en el ITAM y Pedagogía en la UNAM. Lectora, amante del mar y la navegación.

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