Alertan por la soberbia y relativismo

Con la invitación a rechazar de manera frontal al pecado, la Arquidiócesis de Yucatán rememoró el acontecimiento más importante del catolicismo, la Pasión y Muerte de Cristo en la Cruz.

Como pocas veces sucede en el año y en especial en el litúrgico, la Catedral de San Ildefonso lució repleta con cientos de feligreses que acudieron a los oficios del Viernes Santo.

“Ruda, ruda”, pregonaban algunos venteros en el atrio de este simbólico templo. Para algunos, la escena recuerda aquel pasaje de la Biblia en la que Jesús expulsó a mercaderes, por hacer un comercio de la casa de su Padre.

Otros con esa verde planta se santiguaban, ya sea a sí mismos, o entre ellos. Unos más se pasaban por el cuerpo la rama, como suelen hacerlo los santeros, que muchas veces suelen confundir a la gente entre la delgada línea que divide la fe de la superchería.

Adentro, monseñor Gustavo Rodríguez Vega alertaba del peligro de la soberbia y del pecado original, como un canto moderno de la sirena, envuelto en el relativismo, que convence hoy al hombre de interpretar a su manera lo que es bueno y lo que es malo.

—Lo que para unos puede ser malo para otros no, eso es relativo. Ese es el velo de la soberbia del pecado oringinal, que impide convertirse enteramente, impide actos como la confesión —dijo Monseñor.

El tiempo avanzaba, cada pasaje del suplicio padecido por el Dios hecho hombre invitó a reflexionar la mísera condición humana de la criatura que habita la Tierra. Y esta criatura combina dos extremos: la más desagradecida de la creación y, al mismo tiempo, la más amada por el Creador.

“Como al niño amado, y consentido, Dios creó al hombre después de haberlo creado todo. Todo lo creó para él. Como la creatura más amada de la Creación”, relató el padre canónigo de la Catedral, José Antonio Flores Cervera.

El tiempo siguió su marcha. Las tres de la tarde marcaban la hora de espera. La grey recordó una noche antes la traición y sufrimiento que padeció el Mesías como fue escrito, para la salvación del género humano.

La bóveda interior de la Catedral se combinó con un clima benigno. Afuera, nublado; adentro, luz tenue, la suficiente para emplear la luz artificial y aprovechar la poca solar que ingresaba. Un clima templado, piadoso con la grey.

REFLEXIÓN

La invitación era a reflexionar sobre la existencia misma, en un mundo lleno de atractivos y confusiones que amenazan con perder a la oveja. La invitación es clara: el Reino de Dios, para quien así lo desee. Salvación para quien la quiera y condenación también.

Un silencio sepulcral recorrió los pasillos. Miradas por ratos fijas al inmenso crucifijo envuelto en púrpura.

Una dolorosa mujer trae el rostro desencajado y con lágrimas. La multitud le sigue. Los cantos son solemnes.

La pena es grande, la afrenta mucho mayor. La criatura se levantó contra el creador y le dio muerte. Ningún ser sobre la tierra ha cometido semejante crimen.

La guardia se prepara para rendir los honores de velar el sepulcro. Resta la esperanza de una promesa: el perdón al género humano que duerme hoy condenado.

Texto: Iván Duarte
Fotos: Amílcar Rodríguez

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