Alguien dijo tu nombre en el camposanto: Brujería en Yucatán (primera parte)

Vida bruja

Brujos, yerberos o h´menes. Si algo de fe se arrastra por la vida, cuesta decir esas palabras, traerlas hacia nosotros sin hacer una reverencia.

A fin de cuentas, ¿quién no se santigua antes de entrar a un cementerio? ¿Qué absoluta protección brinda el método científico y qué garantías ofrecen Descartes, Bacon o Newton ante los amarres, los muñequitos de tela y la tierra de panteón?

Quizá de eso no se habla en oficinas, iglesias o escuelas. Pero antes de la lluvia, al cerrar una ventana porque llega la noche o cuando se enciende una veladora en la oscuridad, algo nos repite que la vida no siempre es territorio de raciocinios, y que ni siquiera la economía y política –como extraordinariamente narra el periodista José Gil Olmos en el libro “Los brujos del poder”– escapan al influjo de la magia.

Pero ésa es otra historia, sin por eso poder afirmar que en Yucatán esas habas no se cuecen.

Todo lo contrario. Basta caminar por el cementerio general los viernes por la madrugada, pararse en la esquina del Mercado Grande donde tantos se inclinan ante la ‘Niña Blanca’ o revisar los periódicos de nota roja y crónicas policiacas, para entender que esas creencias son tan fuertes como persignarse ante san Judas Tadeo o apretar el rosario. Aquí, entre nosotros, el bien y el mal actúan.

Y si Dios existe, como algunos nos empeñamos en afirmar, queda claro que no está solo en el terruño.

Pasado hechicero

Parados frente al jaguar de dos cabezas en la zona arqueológica de Uxmal, es posible entender por qué este estado no puede ser inmune al oficio de quienes curan con yerbas o invocan, con palabras, a los vientos.

La mayoría de las descripciones en internet sostienen que esa escultura, ubicada frente al gran Palacio del Gobernador, sirvió como un trono. También afirman que junto a éste se hallaron ofrendas de jade, pedernal y obsidiana, pero guardan silencio ante la intriga de las dos cabezas.
A mí, hace algunos años, un guía del sitio me explicó que una interpretación es que las cabezas representaban el poder político y el religioso para los mayas prehispánicos de la “tres veces construida”. Por supuesto, la cabeza más erguida y grande correspondería a la religión, único camino para invocar la fuerza de los dioses tan necesaria para los abuelos de esta tierra.

Luego entonces, también lo llevamos en la sangre. Sin embargo, para el escritor Oswaldo Baqueiro López, poco queda del esplendor de lo antiguo.

A través del libro “Magia, mitos y supersticiones entre los mayas”, escrito en 1983, el mismo autor narra que los hechiceros prehispánicos ocuparon los primeros sitios en dignidad e importancia para los antiguos mayas, mientras que hoy viven en las afueras de los poblados, en medio del monte, a medio camino entre comisarías.

“Entre los sacerdotes mayas de la antigüedad (H´kin), y los actuales hechiceros, generalmente conocidos como H´men, se abre un abismo de diferencia, no solamente en el tiempo sino en categoría social […]”, escribe.

Comparten la culpa para explicar estos cambios, evangelizadores y paso del tiempo por igual. Lo cierto es que “nunca volverá el poder de los antiguos sacerdotes”, afirma Baqueiro.

Así, para el también investigador fallecido en el año 2005, el Ah-Kin-May –el más importante brujo entre los mayas y quien sólo se hacía presente en las más sagradas ceremonias– contaba con doce sumos sacerdotes que lo representaban en sitios distantes de los centros ceremoniales: los Ah-Kulel.

Sin embargo, cual si se egresara de una escuela de hechicería, los grados de especialización entre los prehispánicos iban más allá de responsabilidades y jurisdicciones.

“La especialización entre estos dignatarios era muy precisa, según su actividad o facultades. Así, los chilames se ocupaban de las profecías; los chaques asistían en las ceremonias y los terribles nacones eran quienes realizaban los sacrificios humanos: desgreñados, vestidos con unas túnicas negras y cubiertos de sangre seca, infundían pavor y repulsión”, asegura.

Debajo de ellos, estaban los actuales H´men que también poseían poderes distintos: mientras los Ahpul podía crear maleficios, enfermedades y muerte, los vientos eran invocados por los Ahmac-Ik. Por último, el Ahauxibalbá conversaba con los muertos.

Mucho de esto se perdió con la conquista, pero algo resistió y llega hasta nuestros tiempos. Así, tal y como se empotraban ídolos detrás de los altares católicos para hincarse ante Jesucristo y Yum-Kax al mismo tiempo, en las casas y en los montes el dios de los misioneros no fue un impedimento para continuar con la fuerza del ritual.

A fin de cuentas, persignarse y llamar a la Santísima Trinidad de los católicos para luego invocar al Señor de la Lluvia en el Chachaac –ceremonia campesina para pedir el agua del cielo– quizás sea, muy en el fondo, exactamente lo mismo (continuará).

Texto: Alejandro Fitzmaurice
Fotos: Cortesía

Alguien dijo tu nombre en el camposanto: Brujería en Yucatán (segunda parte)

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *