¡ÁNIMO… SALDREMOS!

Por: Mario Barghomz

Cuándo nosotros, hombres y mujeres de nuestro tiempo, nos hubiéramos imaginado una situación por la que hoy atravesamos. Por supuesto nos imaginábamos guerras (la tercera mundial, esa a la que alguna vez se refirió Einstein), barbaries criminales, catástrofes naturales (tsunamis y terremotos), homofobias sociales de género, asesinatos y delincuencia organizada con lo que todos los días de una u otra manera lidiamos, torturas, secuestros…

Pero nunca imaginamos esto, más propio de una historia medieval o de una película; esta enfermedad ralente (agazapada) que parece esperarnos detrás de nuestra puerta, incierta como insecto invisible al acecho, en espera quizá de nuestro cansancio o descuido por el hartazgo del encierro.

¿Contra qué luchamos? Qué virus es éste que más allá de la identidad que le hemos dado, nos esclaviza de tal manera como si fuéramos culpables de ser lo que somos, obligándonos a mantenernos cautivos en nuestra propia casa.

Qué ironía saber que nuestra mejor arma es permanecer el mayor tiempo posible dentro de nuestros hogares, con los nuestros, nuestra familia, nuestros hijos, nuestros nietos o nuestros padres. Estarnos quietos, sin movernos más allá de la puerta de salida como no sea para ir (y bajo riesgo) por alimentos.

Qué ironía porque la vida siempre se ha tratado de eso; de estar con los nuestros, de pasar con ellos el mayor tiempo posible. Pero ahora; parece que lo que más extrañamos es la salida, poder estar fuera, pasear, convivir con los demás, ir como siempre al trabajo, al negocio, a la escuela. Movernos, alejarnos un poco como hacen los adolescentes con su rebeldía para sentir la adrenalina. Los mismos que se sentían tan hogareños hoy quisieran salir a estirar las piernas, caminar un rato, dar un paseo. Pero sin miedo, sin el terror al contagio.

Estoy seguro que nunca el estar en nuestra casa nos había parecido un calvario. Y no por estar en ella acompañados de nuestra familia, sino por el encierro obligado, ajeno a cualquier otra libertad al alcance…aislados, recluidos, guardados.

¡Como si nos escondiéramos! Y es que lo hacemos; ¡nos escondemos del virus, de esta pandemia inédita! Y los pocos que se arriesgan en su trabajo por la suprema urgencia de su necesidad económica o el deber en los hospitales como en el caso de los médicos, deben hacerlo con el temor de que en cualquier momento pueden caer enfermos. Literalmente permanecemos acorralados, arraigados casi como delincuentes en nuestro propio domicilio. Esperando lo que no sabemos, esperando…simplemente.

Y contra este misterioso mal (hasta ahora) no hay voluntad que valga. Porque nada que intentemos más allá de lo poco que sabe la ciencia sobre su alcance y su origen, y que es con lo que hasta ahora nos protegemos (aislamiento, cubrebocas, lavado de manos), vale de nada.

Pero así como la dignidad, la honestidad, la templanza y la serenidad, sólo por nombrar algunas de nuestras mejores virtudes humanas; contamos también con nuestra mente y con nuestra conciencia que han hecho hasta ahora de nosotros seres superiores, diferentes y fuertes a toda calamidad en la historia de la evolución humana.

Lo peor que nos puede pasar en este encierro es el abatimiento, el agobio, el quiebre emocional por hartazgo y la ansiedad de no sentirnos más libres ante la zozobra y el miedo. Y si para vencer este mal lo mejor que podemos hacer es quedarnos quietos como hace la “mantis religiosa”, pues nos quedamos quietos.

La quietud forma parte de una virtud ancestral de culturas elevadamente espirituales que nos han enseñado el arte de la serenidad, la paz interior y el recogimiento. ¡Qué mayor y mejor lucha que la quietud en almas ansiosas y atormentadas! Aprovechemos que hoy la libertad no sea ni social ni geográfica; sino de mente, de conciencia por nuestra supervivencia en esta lucha sorda contra un enemigo invisible, y contra lo que viene después que será recuperarnos en el trabajo, la escuela y lo económico.

Y si no estoy solo sino conmigo mismo. Si estoy con Dios, como dice la palabra en su Evangelio; ¿quién contra mí?

¡Ánimo… saldremos!

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