Atajos que no sirven

Por Alejandro Fitzmaurice

El semestre anterior, dos estudiantes me sorprendieron por sus opiniones favorables para con el todavía presidente Peña Nieto. Me llamaron la atención aquellos comentarios para con un mandatario cuya popularidad venía en picada desde meses atrás.

Al cuestionarlos del por qué de su percepción, les fue fácil argumentar que sus respuestas en las redes sociales eran “la onda, profe”.
Particularmente, argumentaron la facilidad para contestar con espontáneo humor a las burlas de algunos en las redes sociales. El fuego combatido con fuego.

A partir de entonces, he utilizado ese caso para explicar un concepto de interés en estos momentos: avaro cognitivo, término utilizado en el marco de la agenda setting, una teoría vieja, aunque útil.

De acuerdo con Fiske, teórico que la aborda, alguien se vuelve un avaro cognitivo cuando evalúa a un político o gobernante con criterios pobres o simplemente escasos.

Pasó mucho antes de las elecciones: ¿por qué votas por este candidata? Porque es mujer ¿Y por este otro? Es que milita en el Z, que es un gran partido político.

Son opiniones respetables, pero no deberían ser los únicos para elegir entre uno y otro candidato o candidata.

En ese sentido, votar exige un mayor análisis, una reflexión más profunda, sin embargo, incluso frente a la urna, muchos, cientos, miles utilizamos atajos cognitivos, mínimos esfuerzos para procesar la información que percibimos y “salir del paso”, sea para conformar el sentido de nuestro voto o para formular una opinión.

Evidentemente, esta suerte de pereza se puede combatir, pero implica con seguridad lectura, espacios de discusión, tiempo de análisis, algo a lo que no todo el mundo está dispuesto. En la era de la posverdad, no leo, no comprendo, pero opino. Lo leí en un meme que me pareció genial.

Así las cosas, y a pesar de Fiske jamás sacó –que yo sepa al menos– estos conceptos del ámbito estrictamente político, me parece que esta idea puede extrapolarse a la más reciente discusión iniciada con la exigencia de disculpas por parte del presidente López Obrador.

Ciertamente, hubo muchas posturas opuestas, pero ante todo basadas en una avaricia cognitiva, en muchísimos atajos e ideas ya bien fabricadas, que no integraban los múltiples matices que implicó el proceso de conquista en nuestro país.

Entre muchos, el primero que llama mi atención es la necesidad de identificarnos plenamente con los vencidos de la historia, con los indígenas, sin que esto implique que no merezcan una auténtica restitución que empiece con la sencilla disculpa que merecen tanto por parte de ellos como de muchos de nosotros.

A su vez, llama la atención lo fácil que nos resulta a muchos mestizos asumirnos más cercanos a los aztecas o los mayas y lo lejos que nos queda aceptar una herencia española innegable, que si bien no debe celebrarse, al menos podría asumirse con una mayor madurez.

El caso opuesto son los españoles, con todo su pléyade de escritores insignia como Pérez Reverte y Vargas Llosa, que no se sonrojan ni tantito a 500 años de haber trastornado para siempre civilizaciones que no necesitaban ser civilizadas, y que, si bien presentaban atrasos tecnológicos, fueron tremendamente felices a ratitos incluso sin cañones, viruela y Jesucristo.

Sobre la disculpa del Presidente, poco puede agregarse: la intención es correcta, pero si de verdad se pretende, como se dijo, un acercamiento fraterno, las formas no fueron las adecuadas.

Las disculpas auténticas suelen surgir de una reflexión profunda por parte del ofensor, a partir de los argumentos del ofendido.

De esta forma, se requería, por dar una idea, ¿un encuentro bilateral? ¿un cónclave de historiadores, antropólogos y arqueólogos? para repensar con serenidad, y a 500 años de distancia, aquel suceso llamado conquista.

Al final, sólo puedo insistir en la complejidad de entender, tal y como reza la frase inscrita en la Plaza de las Tres Culturas, que no fue derrota ni fue victoria, sino el doloroso nacimiento de nuestra nación.

O sea que sí se llevaron el oro, pero trajeron el oro, sin omitir que a muchos los dejaron hechos mierda, pero así resistieron para que nosotros podamos nacer y entregarnos al maíz y al cerdo, y al castellano y a morirse de miedo con la Xtabay en el Ceibo, y repetir con muchísimo orgullo palabras en maya, porque somos yucatecos, y a gozar una jarana y a entender que, en la orilla de la historia, allí donde están mayas y españoles, aztecas y castellanos, ya no sé en cuál reconocerme, porque de ambos provengo, pero de ninguno soy.

No hay forma de no llorar de angustia si de elegir se trata, pero es tiempo de secarse los ojos para resolver lo que somos.

Algo que sólo puede hacerse a fondo, algo para lo que no hay avaricia cognitiva que valga.

No hay atajos para este camino.

 

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