Batalla de símbolos

Por Renata Millet

Los símbolos siempre han importado y son representaciones que llevan mucho significado e historia detrás. Ver una esvástica en casi cualquier lado del mundo nos lleva a sentir, pensar y predecir ciertas cosas: comportamientos, discursos, personalidades, ideas, etc. Una paloma blanca, por ejemplo, casi siempre significará pureza, paz, esperanza.

Los anteriores son símbolos gráficos, pero igual existen acciones simbólicas que se constituyen en imágenes e ideas. Por ejemplo, el arrodillarse frente a alguien es reconocer la autoridad y/o supremacía de ese individuo frente al que realiza el gesto. Para un gran número de católicos puede ser algo sencillo, pero Fox arrodillándose frente al Papa en calidad de representante de un país constitucionalmente laico ¿qué mensaje estaría enviando?

Las expresiones, la forma de hablar, la ropa que decidimos ponernos, con quien nos relacionamos, pueden convertirse en imágenes instantáneas que se vuelvan símbolos poderosos. Sobre todo, si quien las realiza es una persona pública.

La breve introducción anterior viene a cuento por la frase con la que el amable taxista inicio nuestra conversación: ¡Qué le parece que ahora vamos a poder por fin visitar los Pinos! El próximo domingo que no trabaje llevaré a mi familia.

Nuestra conversación se desvió a lo bonito de día, el cielo azul y la claridad de los volcanes. Sin embargo, me quedé pensando en el poder simbólico de abrir una fortaleza millonaria a un país pobre. He leído comentarios en twitter y visto videos donde personas de todas partes miran la ostentosa riqueza del lugar, le ponen cara a la caja que albergaba a esos quienes los gobernaban. “No se puede tener un gobierno rico con pueblo pobre” es un discurso que lleva por bandera la apertura de este lugar.

Creo que es un acto que da esperanza y aplaudo la acción. Sin embargo, no debemos olvidar que el poder de los símbolos es un arma de muchos filos, que puede ser manipulada en beneficio de pocas personas mientras se oculta la realidad tras una idea construida.

El presidente arrodillado frente a un indígena que llora, la apertura de los Pinos, la venta del avión presidencial y las (malas) consultas populares. Son símbolos que importan en un país desigual, mancillado y abofeteado. Creo que quienes pretenden ser oposición (hay que aclarar que uno puede ser oposición en los aspectos que quiera y estar de acuerdo en otros, no hay necesidad de irse a los extremos) deben analizar primero estas acciones y preguntarse el por qué de su impacto. Solo así podrán (podremos) combatir los símbolos que promuevan ideas que nos parezcan desviadas, erróneas o falaces.

Nunca he sido de la idea de atacar fuego con fuego. Sin embargo, creo que la discusión simbólica (esperando que no sólo se quede ahí) es un campo que requerirá de mucho análisis y avances en este sexenio.

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