Breve recuento de un fiasco

 

Estaban desesperados. Habían hecho una larga lista de cosas melosas por hacer, de regalos ideales para cada aniversario, de apodos románticos que decirse. Lo tenían todo planeado, solo les hacía falta una cosa: su media naranja. Buscaban a alguien –cualquiera– dispuesto a asumir tal rol; (des)afortunadamente, no tardaron en encontrarse.

El cortejo duró poco, ambos notaban la muy obvia disposición del otro. Apenas al mes surgió la importantísima pregunta, la respuesta fue sí: se hicieron novios.

Su emoción fue inmensa, más no había tiempo que perder. Por fin podían hacer todas esas cosas románticas que habían soñado. Y las hicieron: regalarse mixtapes, escribirse poemas, dedicarse canciones…

Pero un día se les acabó la lista. Entonces empezaron a conocerse verdaderamente. Se hicieron preguntas. Sus respuestas, que nada de malo tuvieron, terminaron por separarlos.

Obligados por las circunstancias, descubrieron quienes realmente eran y lo que el uno del otro deseaban; no había concordancia alguna. Por un tiempo, intentaron transformarse mutuamente –esfuerzo inútil. Los constantes fracasos provocaban discusiones cada vez más frecuentes y agresivas. El rompimiento, cuando por fin llegó, fue de lo más desagradable.

En su momento lo lloraron, más encontraron algo de consuelo en la certeza de que lo suyo jamás pudo haber tenido otro desenlace.

Un día, frente al espejo, descubrieron su error. La introspección les fue dolorosa. Aterrados ante la posibilidad de una soledad prolongada, decidieron ignorar sus hallazgos. Lo más sencillo era tirar el anzuelo y esperar lo mejor.

Regresaron a las mismas andanzas.

 

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