Cabalán Macari y sus descendientes

A don Cabalán Macari Tayún se le recuerda como un personaje exitoso en el área del comercio, impulsor de la explotación del henequén y la caña de azúcar, así como promotor de la actividad ganadera en Yucatán

Hace unos días, gracias a la magia de las redes sociales, se difundió material de la Cineteca Nacional en el que a manera de documental se presentó el trabajo que a diario se realizaba en la Cordelería San Juan, propiedad de don Cabalán Macari Tayún, quien a la fecha es recordado con mucho cariño por personas de diversas partes de la Península debido a los negocios que en su momento emprendió con mucho éxito y también por su apoyo a la sociedad, como fue el caso de la construcción de la escuela secundaria Agustín Vadillo Cicero, inaugurada en enero de 1962 con la presencia del entonces presidente de la República Adolfo López Mateos.

La familia Macari tiene sus orígenes en la región libanesa de Ehden-Zgharta, y el patriarca don Cabalán Macari tenía 14 años cuando llegó a la entidad hacia 1903 para dedicarse de manera inicial al comercio, y después impulsó la explotación del henequén y la caña de azúcar en el Ingenio Azucarero La Joya, ubicado en el vecino estado de Campeche, además de que promovió la actividad ganadera en nuestro estado.

Se le recuerda como propietario del Rancho San Antonio en el municipio de Buctzotz. A decir del ex presidente de la Asociación Ganadera Local de dicho municipio, Luis Cepeda Cruz, entre 1950 y 1959, al igual que otros ganaderos de la zona, don Cabalán adquirió ejemplares de las razas cebuínas importadas de Brasil y de Estados Unidos de América, algunos de los cuales exhibió en una feria realizada en 1952 en el parque de La Paz en Mérida, que fue un antecedente de la Feria de Xmatkuil.

Don Cabalán se casó con Zahía Canán Macari con quien tuvo dos hijos: Juan y Anís, quienes por cierto fueron vecinos a lo largo de toda la calle diagonal 58 A que conecta la Avenida Montejo con la Glorieta de San Fernando en la ciudad de Mérida, y cuyas casas durante muchísimos años fueron la admiración y envidia de los yucatecos, ya que una de ellas era de corte modernista y la otra colonial y aunque eran vecinos estaban desde ese entonces enfrentados por el control del Ingenio Azucarero La Joya, siendo éste el primer y más importante negocio familiar, que a final de cuentas hasta 1999 quedó bajo el control de don Juan. Éste último fue un criador de ganado que recibió múltiples premios por todo el orbe como el de la Asociación Mexicana de Criadores de Ganado Cebú, del cual es fundador y uno de sus principales promotores.

Por su parte, La Joya fue una de las empresas más productivas y la mejor prueba de ello es la bonanza económica de la familia, misma que devolvió en parte algo de las ganancias al estado, ya que don Cabalán Macari fue un generoso altruista que ayudó a jóvenes en sus estudios y patrocinó muchas escuelas en la entidad,  muestra de ello es que varias instituciones educativas de Campeche llevan su nombre.

En toda la zona de Champotón se sabía de que en La Joya, ubicada en el ejido Haltunchén, había salarios y un trato justo hacia quienes vendían la producción de sus parcelas, allí personalmente los varones de la familia supervisaban que todo marchara en orden, lo que contribuyó a que en 1956 el Ingenio La Joya fuera el más productivo de toda la República Mexicana, además de que gran parte de la exportación se iba directamente hacia Europa y Estados Unidos.

“El dinero circulaba por toda la región y solo el que no trabajaba no tenía dinero, dicen los viejos que decía Don ‘Cabush’”, menciona Rosa Liliana Rejón Montejo en una publicación en la que destaca que por su parte Juan Macari Canán se casó con doña Leonor Elena Casares Ponce y tuvieron 9 hijos; mientras que don Anís Macari contrajo nupcias con doña Sucilá Castilla Alonso y engendraron 7 hijos.

En el video que se difundió en días pasados en las redes sociales resalta la organización que se tenía en la Cordelería San Juan, que se ubicaba en la calle 50 por 53, donde se elaboraban los sacos para maíz, entre otros productos como los rollos de hilos que se enviaban a Nueva York y otros destinos del mundo.

Inclusive se detalla cómo en la fábrica se contaba con un taller y una amplia reserva de piezas para la reparación de los modernos equipos con que se contaban en aquellos días en los que el henequén era aún una de las principales fuentes de ingreso para la economía local.

Texto: Manuel Pool Moguel

Fotos: Cortesía

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