Chairos Vs. pirrurris

Un pueblo sometido, que sufre porque los ricos y poderosos, unos cuantos, son dueños de la política y mantienen al país en la miseria con tal de enriquecerse más y controlarlo todo. Ésta es la pintura de López Obrador: un México dividido en víctimas cegadas y victimarios perversos. Y la solución es votar por un buen hombre, uno del pueblo, que desmantele esta mafia: encierre a los malos, egoístas y corruptos, le quite a los ricos para darle a los pobres. Escribe Leo Zuckerman en el reforma: “La narrativa es simple. Hay quienes se merecen el cielo y hay quienes se merecen el infierno. Héroes y villanos. Protagónicos y antagónicos”.

Acusar a AMLO de populista no es ni original ni útil. El término es tan ambiguo, tan flexible, que no explica nada; y como cada quien le atribuye el significado que quiere, ni siquiera sirve de insulto. Si dice la RAE que populista es el que pretende atraer a las clases populares, defender los intereses del pueblo, entonces AMLO sí que es populista, ¡y a mucha honra! ¿qué tiene de malo que su discurso sea simple, fácil de entender, si también es verdad?

Pero la mayoría de la gente sabemos que no es verdad, que nada es tan sencillo. Esta trama no sólo es atractiva en política: siempre es más fácil entender un cuento en el que hay malos y buenos, y el bueno se enfrenta al malo y le gana. Y este tipo de moral es cómoda, porque si el malo es el culpable de todos los problemas, yo soy inocente y la solución es fácil: derrotar al villano. Todos de chiquitos pensamos así, porque así es como aprendemos a hacer juicios éticos: dividiendo el mundo en gente egoísta y gente generosa, gente que quiere lastimar y gente que quiere ayudar.

Pero casi todos crecemos y nos damos cuenta de que, tristemente, la realidad no cabe en este cuadro. Hay gente generosa, decidida a cambiar el mundo, con buenas intenciones y pésimas ideas.

Gente que está segura de estar haciendo lo correcto, y que está equivocada. Descubrimos que ayudar es difícil; que para servir de algo se necesitan más que buenas intenciones, y para ser el malo no es necesario querer destruir el mundo. Cuando las peores atrocidades las ha hecho gente que está demasiado segura de ser el héroe del cuento, se nos cae la casita de muñecas. Es una lástima, porque sería mucho más fácil hacer una revolución o construir más cárceles, que deshacer un nudo en el que todos los hilos jalan, con buenas intenciones, hacia lados diferentes.

Yo no creo que AMLO sea un ladrón, ni un monstruo. Sólo creo que está equivocado. Que el mundo que pinta no existe, y que las soluciones que propone son ingenuas y no funcionan. Para alguien que cree que bastan buenas intenciones para mejorar el mundo, no tiene sentido investigar, educarse, buscar evidencia científica de qué funciona y qué no. No es necesario investigar cuáles son las mejores estrategias de seguridad, o qué políticas económicas logran reducir la pobreza: basta con derrotar al malvado.

Muchos dicen que el discurso maniqueo de AMLO sólo es una estrategia publicitaria, un discurso popular para ganar votos. Que sus asesores son serios, que es un tipo inteligente y que en realidad, estando en el poder, no va a actuar como si el mundo fuera una película de Disney. Pero eso decían también de Trump, y resultó que en ese caso la fachada de idiota era tristemente genuina. Hasta ahora, AMLO se ha mostrado tan impulsivo e infantil como el hombre naranja, insultando y amenazando a sus críticos, culpando a los musulmanes, o en el caso mexicano, a los poderosos, de todos los problemas del país. Me da miedo que su imagen del mundo, su forma de hacer juicios éticos, sea tan simple e ingenua como parece, porque el primer paso para solucionar un problema es entenderlo, en toda su complejidad. Contrario a lo que enseña Disney, para ayudar no basta con tener buen corazón.

La política no es una enorme conspiración; son idiotas con egos inflados que se pelean por ocupar sillas que a todos les quedan grandes. Pero si tenemos que sentar a alguien en esa silla, lo ideal es que ese alguien no vea el mundo como lo ve un niño chiquito.

 

Por María de la Lama Laviada*
mdelalama@serloyola.edu.mx

* Yucateca. Estudiante de Filosofía por la Universidad Iberoamericana.

 

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