Ciudadano de cuarta

Por Sergio Aguilar

En las semanas anteriores, tuve oportunidad de viajar a Londres. Fui parte del London Critical Theory Summer School, una escuela de verano de teoría crítica organizada por el Instituto para las Humanidades de Birkbeck.

Caminando por las calles de la ciudad, me percaté de un fenómeno que encontré medio extraño. No fue solo la sorpresa de que los autos condujeran del otro lado, y que en cada cruce te avisaran a dónde debías de fijarte para cruzar la calle. Fue más bien la particularidad con los semáforos peatonales.

Verá: como buen ciudadano del tercer mundo que soy, lejos del cliché de no comportarme “bien” en el mundo “civilizado” del primer mundo, trato de mimetizarme y hacer como si fuera ciudadano de primer mundo. Es decir: uno nota lo ridículo de mi comportamiento cuando me comporto en el primer mundo “como si fuera” un ciudadano de ahí. Y en términos del semáforo peatonal, eso significaba respetarlo religiosamente.

Los primeros días, siempre que llegaba a un cruce peatonal, apretaba el botón del semáforo peatonal y esperaba mi turno. No tardé en darme cuenta de que ese botón era un placebo: el semáforo no aceleraba su ritmo pre-establecido solo porque yo lo solicitara. Londinenses a mi alrededor nunca apretaban ese botón, reservado para turistas ingenuos como yo que creían en su poder. Ellas y ellos simplemente miraban hacia donde debían mirar y cruzaban.

Esto me hizo darme cuenta de mi posición ridícula de aparentar que soy ciudadano de primer mundo en el primer mundo, cuando la cuestión debe de ser convertirme en un ciudadano de primera en donde sea.

¿Por qué la gente de Londres no aprieta el semáforo? Porque no solo sabe de su efecto placebo, sino porque sabe que los automóviles respetarán el rojo del semáforo, los pasos peatonales y el límite de velocidad en la calle. Es decir, saben que si respetan el camino del auto, éste respetará su propio camino. Así, un ciudadano de primera, vialmente hablando por lo menos, sería aquel que respeta y hace respetar su posición.

Lo que vi fueron calles llenas de pasos peatonales, carriles para bicicletas, y nunca tuve que pedir que los autos se detuvieran para que yo pasara: ellos se detenían en cuanto me veían. Aplicaba para autobuses, taxis, vehículos lujosos o modestos.

Esto me recordó a un texto publicado en este espacio a finales del año pasado, donde decía que con el nuevo gobierno federal debía venir un nuevo pueblo. A esto me refería: el cambio administrativo (más semáforos peatonales) no sirve para nada si el cambio de conciencia no entra, es decir, si no empezamos a ser ciudadanos de primera en verdad (a respetar y hacer respetar nuestro espacio en el espacio público).

Las etiquetas de primer, segundo o tercer mundo no son tan ridículas o neo-coloniales como a veces nos gustaría pensar. Es importante entenderlas para repensar si nosotros no somos los ciudadanos de cuarta en un momento de transformación.

 

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