Columna | Las cartas ignoradas

Jhonny Eyder Euán

Él no sabe que cuando abra el periódico leerá una viable oportunidad de llegar al éxito, pero menos se imagina lo inútil que a la larga resultará esa opción.

No se ha dado cuenta, pero tiene talento para escribir, tanto que nunca le corrigieron sus trabajos escritos durante la universidad porque se entendían a la perfección y a la primera lectura. No tiene ni idea de que escribe de manera excelsa, que aprendió las letras como caminar cuando era niño. Tampoco le cae el veinte de que usa con audacia las comas y los puntos. Mucho menos valora sus frases cortas y concisas, y que emplea palabras cultas en sus conversaciones de redes sociales.

Lo que sí sabe, pero le da igual y lo considera algo que cualquiera puede hacer, es escribir cartas para su novia. Casi todos los días le envía un texto a su pareja; dice que esos detalles son para que el amor no deje de crecer entre ambos.

Otra cosa que él sabe, es que hoy cuando se sirva café y coma un trozo de pan, recordará la misión que le encomendó su papá: buscar empleo. Entonces, él tomará el periódico que está en la mesa, y cuando lo abra, en busca de la sección de avisos económicos, no encontrará nada bueno para él.

Leer el periódico no es un algo que haga con frecuencia, por eso, una vez inmerso en el acto, no podrá evitar darse un paseo por las páginas, después de su fallida búsqueda laboral, claro está.

En ese paseo periodístico, él no esperará interesarse en un concurso de cartas de amor con un premio de 10 mil pesos. Tras leer la nota del certamen, se animará y dedicará varias horas a la redacción de esa carta, una que será inspirada en canciones de Pablo Alborán, Joaquín Sabina y versos de Mario Benedetti.

Ni de chiste pensará que su carta es tan buena que tiene todo para ganar el certamen. De hecho, será de las finalistas. Sin embargo, él no está destinado a ganar porque hay algo que se lo impide: es joven.

Él seguramente sentirá una gran decepción porque, por primera vez, consideró que era bueno en algo. Y lo es, pues escribe como pocos, pero él no sabe que los organizadores de los premios literarios siempre ignoran a los jóvenes.

No lo sabe, ni es su culpa, pero en esta ciudad, querer dedicarse a las letras es una dura lucha en la que el fracaso suele abrazar muy fuerte, ya que las intocables, y casi oxidadas, figuras consagradas de la literatura te terminan dejando sin puertas para abrir.

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