Columna | Tal vez debería ser literatura

Por: Jhonny Eyder Euán

A veces me gustaría ser un texto, el personaje de un cuento, el párrafo de una crónica o la nota de portada del periódico, pero siempre y hasta la fecha he querido ser alguien que se dedique a escribir.

Mis amigos dicen que mi gusto comenzó desde la primaria; que un día redacté un cuento que gustó mucho y que lo querían meter a un concurso, aunque yo no recuerdo nada de eso. Lo que sí tengo en mi memoria es que solía ser un adolescente alejado de los libros. Prefería escuchar música y andar en la calle. Así fue por muchos años hasta que una cucaracha me enseñó a amar a la literatura. Luego conocí a José Agustín, un señor muy buena onda, y descubrí que mi destino era contar historias. Ahora soy alguien que encuentra esperanza al leerle y escribirle cartas de amor a su pareja, y que disfruta hojear las páginas de los libros y los periódicos.

A diario quisiera sentarme a leer para aprender más y escribir historias. Tal vez un cuento de fotógrafos, el guion para una película o hasta una novela. Sin embargo, no siempre puedo hacer eso porque tengo que ir trabajar. 

En la preparatoria escribí ensayos, en la universidad artículos de opinión y hasta simulé ser el director editorial de un periódico, y así la vida me llevó como un barco al pirata hasta el periodismo. Llegué por las ganas de encontrar mi voz como un narrador de la realidad y la ficción. Arribé también porque desde niño, tal y como hacía mi padre, leía el periódico y soñaba con que él viera mi nombre en una de las páginas.

La literatura y el periodismo han sido hogares para mí y me han enseñado que todo puede ser relatado con pluma y papel. Descubrí que se puede ir sin parar de la ficción a lo real — y viceversa —y que un periodista es también un escritor.

En una sala de redacción conocí la magia de ese momento en que se escribe la historia que será publicada mañana para que miles de personas puedan leerla. Es un proceso verdaderamente apasionante. Tanto que desde el principio tracé mi meta, la que todo joven que pretende dedicarse a escribir anhela: ver su texto publicado en el papel. Hoy que es una realidad y que ustedes, amables lectores, lo pueden atestiguar, sólo puedo expresar orgullo.

Publicar es una enorme satisfacción, pero es sólo el principio de una labor de alta exigencia. Con cada palabra impresa se adquiere una gran responsabilidad con ustedes, quienes compran su ejemplar primordialmente para informarse, no para aplaudirle a los editores.

Batallar con los titulares y las bajadas también me ha revelado que ya son pocos los medios que respetan la esencia del periodismo. Muchos periódicos han perdido la ética y ahora viven de notas desechables y deseos de pantalón largo. Otros más parecen avanzar con firmeza hacia el futuro, como El País, que se volverá 100% digital en México y Argentina. No comparto su decisión porque soy un romántico y creo que no hay nada mejor que el papel para leer, pero entiendo que los cambios son con el propósito de mejorar.   

Quizás yo también debería cambiar. Dejar plantado al periodismo y quedarme a vivir entre libros, caminar entre las páginas y ser una de las letras que definan la historia. A menudo siento que debería ser literatura, tal vez ese es mi lugar.

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