Comer sano y hacer ejercicio evitarían alzhéimer y cáncer

Si la inflamación crónica está en el origen de la mayoría de los males que nos quitan el sueño (envejecimiento, tumores, alzhéimer…), los fármacos que la atajan se perfilan, en teoría, como una posible solución para casi todo. La práctica, sin embargo, es mucho más compleja. ¿Lo que sí se sabe que funciona? Moverse, comer verduras y vivir en paz.

Suena mal, pero no siempre lo es. La inflamación es un proceso fisiológico de lo más vulgar. “La forma que tiene nuestro organismo de detectar daños e intentar repararlos. Si careciésemos de ella, podríamos sufrir problemas muy graves al no poder percibir que tenemos una infección o herida”, apuntó África González, presidenta de la Sociedad Española de Inmunología (SEI). Bendita señal de alarma.

Pero, en ocasiones, “la inflamación no finaliza, se cronifica, es exagerada y, finalmente, deteriora los órganos, dado que al intentar repararlos lo hace de forma anómala (con fibrosis, destrucción de tejidos, calcificaciones, etcétera)”, añadió.

Esta inflamación crónica, a diferencia de la aguda, está involucrada en el desarrollo de multitud de enfermedades, desde las autoinmunes (artritis reumatoide, lupus, enfermedad inflamatoria intestinal…) hasta hipertensión, alteraciones cardiovasculares, cáncer, obesidad, diabetes o trastornos mentales.

La lista de problemas de salud que tienen la inflamación como punto en común se alarga continuamente con los resultados de nuevas investigaciones que demuestran esa conexión. Sin embargo, la inflamación es también una especie de cajón de sastre en el que caben numerosas afecciones, aunque cada una desencadene una respuesta inmunitaria diferente.

“Imaginemos la inflamación como el cuadro de fusibles que nos encontramos en una casa nueva. Podemos buscar el interruptor que enciende la luz del salón o el que apaga la alarma (del mismo modo que esperamos tirar de la palanca que desactiva el cáncer o la placa de ateroma), pero el circuito es desconcertante: algunos interruptores están marcados en rojo (no tocar), otros no tienen ningún indicador y otros están descritos en un idioma extranjero”, esbozó en un artículo en The New York Times Siddhartha Mukherjee, oncólogo de la Universidad de Columbia (EE UU).

Texto y foto: El Universal

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