¿Complejidad = calidad?

Por Marcial Méndez

Probablemente todos  todos conozcamos un esnob del cine que se jacta de ver películas complicadas que nadie más parece comprender, aquel que se queja del cine comercial porque es muy predecible y superficial, aquel que cuando dices que no te gustó la película te replica diciendo que “no la entendiste”.

Yo he estado de ambos lados de la moneda: he sido el esnob, pero también he sido ese que sale de la sala en completa confusión. Sin embargo, puedo asegurarte (por si se duda) que sí hay un placer inmenso obtenible solo a través de la complejidad de una película. Hablo del placer del hallazgo, del placer que provoca ver los frutos de tu esfuerzo; es decir, la satisfacción de haber decodificado un filme “difícil”.

Dicho ello, hay que preguntarnos si aquel placer tiene algo que ver con el mérito artístico, porque a veces pareciera que la complejidad es uno de los requerimientos para que un filme pase de mero entretenimiento a cine de arte. ¿Será eso cierto?

Para no hacer el cuento largo, no me parece que lo sea. Si bien la complejidad es un indicador de que un filme tiene cierta “profundidad”, debemos entender que no toda profundidad abona al mérito artístico, que lo único que indica es que la esencia del filme no está en su superficie, sino que hay que cavar un poco para entender lo que tiene que decir. Pero ¿y si lo que tiene que decir es una babosada? Así como no todo lo que brilla es oro, la complejidad no siempre esconde, tras de sí, un mensaje trascendente.

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