Creo para entender, entiendo para creer

Roberto Dorantes
robertodorantes01@gmail.com

Se considera que los creyentes suelen tener menor inteligencia, la fe y la inteligencia suelen señalarlos como antagónicos, fe vs ciencia, sin embargo, el creyente instruido considera que la fe tiene base sólidas en la inteligencia.

El motivo de creer no radica en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a la luz natural de nuestra razón.

Creemos a causa de la autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse ni engañarnos. Sin embargo, para que el homenaje de nuestra fe fuese conforme a la razón, Dios ha querido que los auxilios interiores del Espíritu Santo acompañados de las pruebas exteriores de su revelación.

Los milagros de Cristo y de los santos, las profecías, la propagación y la santidad de la Iglesia, su fecundidad y su estabilidad son signos ciertos a la revelación, adaptados a la inteligencia de todos, motivos de credibilidad que muestran que el asentimiento de la fe no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu.

La gracia de la fe abre los ojos del corazón, se logra una conexión entre el creyente y el Creador, el Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de los dones, por eso San Agustín exclama: “creo para entender y entiendo para creer”.

La fe está encima de la razón, pero jamás son contradictorias, Dios no podría negarse a sí mismo ni lo verdadero contradecir jamás a lo verdadero.

En la fiesta de Pentecostés, narra las Sagradas Escrituras que el Espíritu Santo descendió a los apóstoles en forma de lenguas como fuego, este elemento es un símbolo, que manifiesta la energía transformadora de Dios sobre los creyentes.

El Bautista afirma de Cristo que bautizará con agua y fuego, y el mismo Jesús dice de sí mismo: he venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese encendido!

La energía transformadora del Espíritu Santo hace del hombre más susceptible a la acción de Dios, le quita la venda de los ojos para descubrir a Dios en las creaturas, como el caso de San Francisco de Asís, que el mundo visible suscitaba en él una experiencia profunda de Dios. La referencia de la creación a Dios le resultaba, por así decirlo, clara y transparente, pues toda criatura por pequeña que fuese era para él un signo sacramental del amor, bondad, belleza y sabiduría de Dios.

San Agustín de Hipona afirma que la fe es el comienzo de una existencia buena y santa, “todo hombre quiere entender, no existe nadie que no lo quiera; pero no todos quieren creer. Me dice alguien: tengo que entender para creer. Le respondo: cree para entender.
Por eso concluía el Santo: Creo para entender, entiendo para creer.

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