Cuentos del presidencialismo en Yucatán…

Por Roberto Ojeda

Había un matrimonio yucateco sólido como ya muy pocas veces se ven en el país. Llevaban 20 años de paciente relación y tenían una posición cómoda.
Macedonio Estrada (don Mace para los cuates) pasaba por dos meses los 43 años y tenía 5 dedicándose al negocio de los bienes raíces. Compraba tierras y las revendía, asegurándose una generosa ganancia.

Compró su primer terreno ocho años atrás luego de haber juntado unos ahorros, pero con tan buen ojo que en 18 meses fue anunciado el desarrollo de un centro comercial en frente de su inversión. Esto lo motivó a seguir en el negocio y ahora es dueño de 15 propiedades listas para vender.

Su rutina es muy simple pero constante. Se levanta todas las mañanas a las 5 y sale a hacer ejercicio. Media hora después se echa un regaderazo y al finalizar lleva al cabo su actividad más importante del día: se informa.

Don Mace es un obsesionado de la información. Suele dedicarle horas a las noticias relacionadas con los negocios y las inversiones, ya que es así como se entera dónde estarán los nuevos desarrollos. Afila el hacha para comprar sus tierras y casi nunca falla en el golpe.

Sin embargo, últimamente se ha vuelto muy común que el cuarentón frunza el entrecejo cada vez que está frente al periódico, y esto lo ha notado doña Ofelia Uicab, su esposa y madre de sus tres jóvenes hijos.

Por lo regular, esta no suele cuestionarlo sobre sus negocios y, en la mayor parte de los casos, ignora el ritual matutino de su marido, siempre y cuando este no afecte el desayuno, que religiosamente se sirve a las 6:15 de la mañana.

Pero hoy, su inocente curiosidad femenina no resistió y realizó la pregunta que había tenido en la garganta durante los últimos 10 minutos.
–¿Todo bien cielo? –cuestionó a su marido.

Don Mace bajó su periódico, la miró por encima de sus gruesos anteojos y con paciencia le respondió:

–Nuestros políticos que salen con cada payasada. Ya no sé si reír o molestarme –afirmó mientras tomaba un sorbo de café negro.

La respuesta no sacó de las dudas a la señora de 38 años, pero ya no volvió a tocar el tema y prefirió hablar sobre lo bien que estaba creciendo el árbol de limón que plantaron en el patio.

Después de terminar su desayuno y despedir a su esposo con un beso, doña Ofelia tomó el periódico matutino, que decía con con grandes letras: ¡Tren Peninsular cambia su ruta por tercera vez!

Al parecer, el actual Presidente de la República se dio cuenta de que “algunos vivales embaucadores”, habían monopolizado tierras a bajo costo para luego revenderlas o aprovecharse de esta magna obra.

–“No habrá más estafas. No permitiremos que sigan lastimando al pueblo…se acabaron las mafias”, declaró el mandatario con tono bastante pausado –decía la crónica periodística.

Resulta que uno de esos vivales era don Macedonio, quien compró cinco terrenos a precio de mercado, sin ningún tipo de treta, con la esperanza de que aumentara su valor algunos años después. No contaba con la necedad de su Presidente, que ya había cambiado dos veces la ruta por cuestiones ambientales.

–Nuestro Presidente está en todo –dijo para si doña Ofelia, quién hace un mes recibió una llamada de su papá, avisándole que por fin su pensión se incrementó al doble, pero que evidentemente ignoraba que acababan de perder gran parte de su inversión por la ocurrencia federal.

Al final, siguió con sus labores domésticas, con una sensación de esperanza en el futuro, una esperanza basada, básicamente, en la ignorancia.
Cualquier parecido con la realidad, es una lamentable coincidencia…

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