De dos a tres caídas (Parte 2 de 2)

Por Sergio Aguilar

Entonces, ¿Cuál es el problema del debate Paterson vs Zizek? Como se ha señalado al dar la noticia del debate entre esos dos intelectuales, el tema del mismo será la felicidad. ¿Cómo podemos predecir cuál será la vía de discusión del canadiense, desde una postura muy conservadora como todo su discurso apunta?

Mantendrá, como todo conservador, un compromiso con la individualidad, pues constantemente menciona como la prueba del fracaso del siglo XX la subordinación del individuo en pos de la colectividad.

Por su parte, el esloveno, como buen hegeliano lacaniano, no se preguntará cómo podemos ser felices, porque eso sería quedarse al nivel del enunciado, al nivel de lo que se dice. La pregunta más interesante es cómo llegar al nivel de enunciación, al nivel del lugar desde el que se dice algo, y para entender eso la pregunta “¿cómo le hago para ser feliz?” debe de cambiarse por “¿qué significa para mí ser feliz, cómo puedo yo saber que estoy feliz, qué indicadores utilizo para medir la felicidad?”. Estas son las preguntas que vendrían al percatarme cómo me han vendido la idea de felicidad.

El problema de los ejercicios de debate público, como lo solemos ver con frecuencia en nuestras democracias liberales donde se discute, supuestamente, un tema o propuestas, es que no son espacios donde quepa un diálogo genuino: son sólo espacios de simulación. Esta simulación existe por la semilla sobre la que se fundamenta toda democracia liberal. Toda democracia tiene como base su acto fundacional, el más importante de todos, y paradójicamente, el más antidemocrático, que es el de separar quién puede participar y tener voz en la democracia y quien no. Es ponerle límites a la tolerancia democrática, porque en una democracia no caben todos, una democracia no es para cualquiera.

Es por eso que los debates para presentar propuestas fallan en cuanto que son ejercicios que presuponen condiciones sobre las cuales se pueden construir esas mismas propuestas. Es decir, las condiciones que se presuponen son las del entramado socioeconómico, y por ello las democracias contemporáneas tratan de paliar los efectos que ellas mismas admiten como inamovibles. Como ha señalado Zizek, en las democracias de hoy es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.

Así que mientras que el feminismo radical, la lucha antirracista y los movimientos de reivindicación cultural son, según Peterson, “marxismo posmoderno”; para Zizek, quien estudia esos mismos fenómenos, son muy poco marxistas, muy débiles y temerosas luchas que no atacan el antagonismo fundamental que es el antagonismo de clases.

Peterson pierde el tiempo tratando de señalar los elementos “radicales” que estorban el desarrollo humanista de la sociedad, donde el individuo debe reinar sobre la colectividad; Zizek señala que esa misma manera de pensar ya presupone una sociedad, un Todo, cerrado, concluso y armónico, que le aqueja una enfermedad. Para Zizek, la propia pregunta “¿cómo extirpamos los males de una sociedad?” ya supone un problema en sí, el problema de suponer que sí hay un mal a “extirpar”, y no que, quizá, la propia pregunta es lo primero de lo que nos debemos de deshacer.

Y finalmente es justo por esto que mientras que Peterson se pregunta “cómo puedo ser feliz”, Zizek se pregunta “para qué quiero ser feliz”. Esto no porque quiera que todos sean infelices, si no porque se da cuenta de que antes de enunciar algo hay que enunciar las condiciones de posibilidad en las que algo se dice. Es decir, antes de preguntarse qué píldora me hace feliz, tengo que preguntarme por qué necesito píldoras para ser feliz.

 

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