DE LAS COSAS COMUNES: ¿Dónde acabaron los sapos y ranas?

Por Gínder Peraza Kumán

@gapeka75@gmail.com

En las temporadas de lluvias, a unos pasos de mi casa se formaba enorme charco que ocupaba casi un tercio del largo de la calle; combinada con la tierra, el agua formaba un lago color chocolate, de orillas resbaladizas y que era piscina y hogar para muchos sapos y ranas.

De día el charco servía a menudo para los juegos de los niños, que ahí tomábamos un tratamiento rápido de inmunización contra algunas enfermedades. En sus juegos algunos caían, empujados por sus compañeros o por su propio gusto, a las aguas lodosas, pero eran los tiempos en que casi no existían las alergias en la piel.

Lo mejor del charco era que en las noches los niños disfrutábamos de un verdadero concierto de sapos y ranas, que mezclaban sus diferentes estilos de cantar, unos lentos, otros rápidos, unos graves, otros agudos. Quién sabe a qué hora dejaban de croar, porque nosotros nos quedábamos dormidos arrullados por la sinfonía de batracios.

Esos charcos no existen más en Dzilam González, donde la gran mayoría de las calles ya están pavimentadas. Dejamos de escuchar a los sapos, y ahora sabemos que la existencia abundante de esos animales evidencia la salud del medio ambiente. ¿Dónde acabaron los sapos y ranas? Quizás en el monte, lejos de la población, donde todavía hay hábitat suficiente para ellos.

En The Sixth Extinción, An Unnatural History, la autora, Elizabeth Kolbert, fascina a sus lectores con historias acerca de las oleadas de extinción de diferentes animales que según las teorías se han registrado a lo largo de la vida del planeta Tierra. Y Kolbert dedica el primer capítulo de su obra precisamente a los sapos y ranas, para subrayar el papel de estos animales como monitores de la salud o enfermedad del medio ambiente.

Los sapos tienen gran capacidad de supervivencia, pero siempre hay un límite. Hace casi 40 años, cuando pasamos a vivir en nuestra casa de Mérida, había en el frente un pequeño espacio propio para jardín, donde en las temporadas de lluvia aparecía un gran sapo color marrón, que a simple vista se notaba que había vivido muchos años. Lo dejábamos andar a brincos en ese espacio, y el animalito desaparecía en época de secas. Al parecer se enterraba en alguna parte del jardincito para sobrevivir, algo que también hacen otras especies de animales.

Recuerdo la vez que una rana de ésas que parece que tienen ventosas en los dedos me pegó un susto. Por quién sabe qué travesura que hice, mi mamá me correteó chancla en mano y hui al amplio solar que tenía nuestra casa en Dzilam. En la oscuridad me acuclillé junto a una de esas palmeras decorativas y me puse a rumiar denuestos y venganzas, y hasta pensé en largarme de la casa.

Ahí estaba yo acumulando rencores cuando de repente algo como una mano cayó sobre mi cabeza. Lancé un grito, me levanté como impulsado por un resorte y gritando corrí hasta la iluminada cocina donde estaba mi mamá. Al momento de levantarme pasé una mano sobre mi cabeza para quitarme lo que tenía pegado ahí, y que salió volando con el manotazo que le di. Pobre rana, creo que se asustó más que yo.

Por cierto, ¿sabe usted en qué se diferencia un sapo campechano de uno yucateco? En que el campechano canta croac, croac, croac, y el yucateco dice mare mare mare mare. Hasta la próxima.

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