Del #MeToo al caso por caso (Parte 2 de 4)

Por Sergio Aguilar

Las distinciones  en las lógicas masculinas y femeninas nos llevan al punto de estas entregas. El #MeToo (no olvidemos, un movimiento robado por la burguesía del espectáculo, pues existía antes de que la farándula de Hollywood usará vestidos negros de diseñador a modo de “protesta”), sigue la lógica masculina de una Ley sin excepción: hay que creer todos los casos, todas las acusaciones son ciertas, sin importar las pruebas que se arrojen, si se hace desde el anonimato u ocultando otros datos. Ante esto, el modo de señalar la lógica masculina sería, claro, preguntar por la excepción: ¿en cuáles casos no se le cree a la víctima? ¿Por qué unas denuncias prosperan en la popularidad y otras no? Quizá la respuesta está en la lógica de enunciación, es decir, el espacio histerizante en el que estas prosperan: las redes sociales.

Es un punto totalmente alejado de la discusión decidir, por una acusación, que alguien sí haya cometido un delito o no. Quien crea que alguien, contra quien no se presentan pruebas, es un violador, sigue la lógica masculina de una Ley Universal, pues no busca la excepción. Esto es parte de la lógica masculina, pues es quedarse al nivel del enunciado, de lo que se dice, y no la posición desde la que se dice, la posición de enunciación.

Esto, por supuesto, no significa no creerle a la víctima. Los delitos tan graves de los que se acusa no pueden ofrecer pruebas del mismo modo que probamos tener la razón en una multa de tránsito o en un problema bancario, es decir, no hay una Ley que establezca la misma capacidad de presentar evidencias. Precisamente el punto es tomarse totalmente en serio una acusación, pero salvaguardar la presunción de inocencia, sobre todo en casos donde no se posibilita la respuesta en igualdad de condiciones o se presenta prueba alguna.

La lógica femenina, la de la enunciación más allá del enunciado, propondría algo más allá de la Ley Universal: la Singularidad, es decir, que no hay situaciones que puedan resolverse con una Ley Universal, sino que se requiere resolver caso por caso, y eso es justamente una de las más fundamentales lecciones del psicoanálisis. Y aprovechando el momento, por si alguien piensa empezar a desdeñar esta exposición porque viene de un hombre (Lacan), les invito a leer las poderosas lecturas y caminos por los que profundizan las teóricas Joan Copjec, Alenka Zupancic, Lina Rovira y Patricia Gherovici.

Incidentalmente, esa es la diferencia entre el psicoanálisis y las neurociencias. Estas últimas, enfrascadas en la búsqueda de una Ley Universal que de cuenta de todos los procesos mentales y que, al ser descubierta, provea la clave de cómo ser feliz, trata de subordinar a los individuos a una Universalidad (¿y dónde estará la excepción?, ¿cuál será la falla en este sistema?). El psicoanálisis, por su parte, no se queda al nivel del enunciado sino que cuestiona la enunciación: ser feliz, ¿para quién?, ¿bajo qué estándar?, ¿con qué condiciones?

Salvar la distinción de la enunciación es salvar la lógica femenina, pues es lo que salvaría la distinción del caso por caso. Y la propia Ley lo considera así, pues precisamente uno de los mayores avances de la humanidad es salvar esa dimensión y abandonar la lógica del enunciado con el “ojo por ojo”, y entrar en la discusión de la Singularidad de la justicia y el derecho. Por ahí continuaremos en la siguiente entrega.

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.