Desidia ante la desigualdad

triay Manuel Triay Peniche

 

La chica de la leucemia

Aún escucho la voz de doña Evelia, quebrada por el dolor, la impotencia y la desesperanza. Lourdes, su nieta de 12 años padece leucemia, una enfermedad terminal, pero no fue admitida en el Hospital O’Horán porque debían anticipar $10,000 para que comience el tratamiento y, desde luego, carecían de ese dinero.

Con el corazón bañado en llanto doña Evelia acude a Cadena Rasa, su historia nos llega al alma, nos duele y nos conmueve como seres humanos. Para más de uno diez mil pesos no son problema, no son nada; para ella lo es todo. Pueden ser, lo sabe y así nos lo manifiesta, la diferencia entre la vida y la muerte de Lourdes. Por favor, clama la abuela perdida en un valle de la soledad y angustia.

Minutos después, la noticia sale al aire y, como en muchísimas ocasiones ha ocurrido, la luz de la generosidad ilumina la desesperanza de aquella abuela desconsolada: una voz varonil llama a nuestra cabina, quiere permanecer en el anonimato, sí, como el propio Jesucristo le enseñó a su pueblo, “que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha”. El problema económico estaba resuelto.

En tanto, Lourdes había regresado a Chetumal donde solía viajar con su papá quien la cuidaba, al igual que a sus hermanos menores de 10, 9 y 4 años. La abuela les había dado la noticia de que sería atendida en el O’Horán porque un hombre generoso aportaría lo necesario y otro se encargaría de pagarles los pasajes.

El rostro de la pequeña se iluminó encendido con las luces de la solidaridad, pero fue por muy poco tiempo, horas después se apagó y lo hizo por completo.

Lourdes había perdido la batalla ante aquel cáncer inclemente, había muerto sin atención médica, víctima social de la desigualdad, quizá de la desidia y a consecuencia de un sistema que nos vuelve insensibles a los hombres.

Quizá ni los oncólogos podrían precisar, sin los estudios necesarios, si el no admitirla en el hospital pudo influir en una muerte prematura, quizá una buena atención le hubiera prolongado o salvado la vida, lo indiscutible es que Lourdes, la chica de la leucemia, no recibió atención porque no tenía dinero.

Ante ese panorama vale preguntarnos cuántas Lourdes más hay que necesitan ayuda, cuántas más pueden perder la vida si no reciben atención en ése y otros nosocomios públicos y privados, además de revisar esas políticas de gobierno que por dos pesos pueden ser la diferencia entre la vida y la muerte.

A los hombres anónimos que le extendieron la mano a la pequeña Lourdes nuestro afecto y reconocimiento; la sociedad está en deuda con ella y con ustedes, pero el gobierno más. Elevamos al cielo nuestra oración y nuestra rebeldía porque con nuestro silencio e inactividad nos hacemos partícipes de las circunstancias que privaron de la vida a la “chica de la leucemia”.

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