Diséxitos

Por María de la Lama

Felipe mi primo es la persona más perseverante que conozco. No conoce la pena, lo cual le ha abierto muchas más puertas de las que le ha cerrado. Como se aburre fácilmente, y tampoco conoce la flojera, siempre tiene un proyecto en las manos: aprender un deporte exótico, un nuevo idioma, o, su último, organizar una exposición para concientizar sobre la Dislexia y el Trastorno de Déficit de Atención con Hiperactividad.

Él tiene ambos diagnósticos y le frustra lo poco que los entiende la gente. Gracias a factores como unos papás tan tercos como él y una buena dosis de suerte, Felipe ha superado los obstáculos que le ha puesto el sistema y los prejuicios, y estudia la preparatoria en el Tec de Monterrey de la Ciudad de México. Pero le enoja lo poco que entiende la gente sobre sus trastornos, y decidió generar consciencia entrevistando a mexicanos que construyeron carreras exitosas y vidas felices, no a pesar de tener dislexia o TDAH, sino en parte gracias a ello. Juntando esas entrevistas a gente tan variada como el cantante de Timbiriche Benny Ibarra, la locutora de radio Martha Debayle y el empresario Roberto Hernández, entre muchos otros, construyó un podcast que creo que tenemos que oír todos.

Todo el mundo dice estar de acuerdo en que la escuela no lo es todo, pero pocos se lo creen. Escucho a mucha más gente decir que “hay que sacar buenas calificaciones para ser alguien en la vida”. Soy muy escéptica a este discurso, porque sospecho que yo, que siempre he sacado muy buenas calificaciones, soy mucho menos útil para el mundo que Felipe. Y no estoy descubriendo el hilo negro; las características personales que más están correlacionados con resultados positivos en la vida no son, ni de cerca, las calificaciones. Son rasgos de personalidad como la apertura a la experiencia, el autocontrol, la tolerancia a la frustración, la disciplina, la perseverancia y la extroversión. En la mayoría de estos rasgos me gana Felipe. El problema es que otra condición fundamental para el éxito es tener un autoconcepto positivo, algo que, debido a los prejuicios sociales y la rigidez del sistema, mucha gente como Felipe pierde.

No creo que el sistema de educación que tenemos sea inútil, ni pretendo una remodelación utópica. Aunque creo que un sistema educativo diferente nos ayudaría a todos, probablemente sería imposible de hacer a gran escala, por lo menos hoy. Pero más que una escuela especializada, lo que le salvó el autoestima a Felipe fueron sus papás, que nunca lo juzgaron por sus calificaciones o su incapacidad para concentrarse. Por eso, por lo pronto, le apuesto a cambiar la percepción social de las calificaciones y de los trastornos de aprendizaje. La idea de que los dieces son la única escalera hacia el éxito no es solo empíricamente falsa, sino también dañina: me pregunto de cuántos felipes se ha perdido el mundo por haberles hecho creer que son tontos o inútiles. Es cierto el cliché de que nuestro auto-concepto, ese “creer en nosotros mismos”, es un factor que determina mucho de lo que podemos lograr; para bien y para mal.

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