¿Dónde quedó la libertad?

Por Juan Esteban Méndez

Buen fin de semana, estimados lectores. En una gran variedad de ocasiones, distintas asociaciones civiles se han pronunciado en diversos medios con campañas para promover una cultura de prudencia y de no excederse en diversas áreas, ya sea por el exceso de velocidad, por fumar, beber, drogas, etc; difundiendo un discurso de “consumo consciente”, y en el cine ¿existe este tipo de cultura?

Actualmente la oferta fílmica de acuerdo con los productos comerciales que llegan a los cines comerciales, a las plataformas de streaming y en formato físico es muy variada, podemos encontrarnos con espacios de especialización que presentan cine de autor como la “Sala de Arte” de Cinépolis y que tiene en Mérida su sede en Altabrisa, y también con las salas tradicionales que van desde los estrenos más importantes de la industria y hasta estrenos menores que normalmente no tienen mucho impacto con el público.

Específicamente dentro de este último rubro podemos encontrarnos producciones que gracias a una oportunidad de una distribuidora, llegan a nuestros cines y que podemos disfrutarlas; sin embargo, estas producciones no brillan por su apartado estético e incluso narrativo, haciendo que los espectadores cataloguen algunas películas como “palomeras” o “malas películas”, pero ¿en qué momento el consumo consciente de películas entra en vigor?

Podemos consumir regularmente películas de baja calidad, pero no por eso nos reflejamos en lo que consumimos, la predisposición cultural de la gente cataloga a que si alguien consume y disfruta regularmente estas películas de “dudosa calidad cinematográfica” es que conlleva a una apreciación menor del séptimo arte, pero realmente tendríamos que ponernos a pensar es que ¿qué escala real existe sobre el arte y la apreciación?

Cada individuo mantiene de acuerdo a su historia de vida y de experiencias una escala de valores y de apreciación estética, convirtiendo al disfrute cinematográfico en algo verdaderamente subjetivo, que brinda al espectador la libertad de poder elegir qué tipo de contenido consumirá, disfrutará y valorará correspondientemente. Con estas afirmaciones no desvalorizo y coloco fuera de lugar la correcta cultura cinematográfica, pero al momento de juzgar la decisión personal de consumo ¿en dónde queda la libertad?

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