Editorial

Hace un par de días el gobierno de Andrés Manuel López Obrador recibió una de esas cartas que a nadie le gusta leer, ya que en su interior contenía la firma de 650 personas del más alto nivel académico y profesional de todo el país le pidieron que detenga las agresiones contra la libertad de expresión y las expresiones contra todo aquel que ose criticarlo.

Y el presidente respondió como solo saber hacerlo, afirmando que son solo neoliberales y que deberían de pedir disculpas por todo el tiempo que se callaron. Sin embargo, si bien es una movida típica del mandatario, debe entender que se equivoca al dividir.

Todo en su discurso es una contradicción, que ya empieza a cansar a ciertos sectores del país. Promueve respeto, pero se la pasa insultando a todos sus adversarios; afirma que es todo amor y paz, pero con un discurso de odio y polarizante; habla de que no hay corrupción, cuando hay muchas dudas sobre muchos de sus funcionarios.

En fin, la gente no es tonta y se da cuenta de que lo que está escuchando en Las Mañaneras es una versión alternativa de la realidad. Al final, las palabras se las lleva el viento, lo que cuentan son las acciones, y es allí donde vemos al verdadero López Obrador, ese del cual se quejan los artistas, periodistas y pensadores.

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