Editorial

Como cada uno y dos de noviembre, los yucatecos y yucatecas cumplen con el ritual del tradicional mucbilpollo, gozoso pretexto para recordar a los difuntos y convivir con los vivos que no dudan en repetir un buen pedazo antes de rendirse ante la hamaca.

Escenas como ésas son esencia de este estado y claras razones de por qué, afortunadamente, la paz social sigue siendo un precioso tesoro al que nunca habremos de renunciar.

En la segunda y última entrega del reportaje “Cuando estemos muertos, sólo volveremos por el pib”, nuestro compañero Alejandro Fitzmaurice establece las distintas formas de comer este alimento mestizo y las diferencias entre la ciudad y el campo al hacerlo.

Sin embargo, más allá distinciones gastronómicas, Fitzmaurice Cahluni establece por qué el mucbilpollo, lejos de ser un mero platillo, representa un capital simbólico que refuerza los lazos sociales que contribuyen a esa tranquilidad que tanto celebramos.

Ahora bien, no sería justo omitir que, a un año de Lady Pib y de una supuesta ofensa, cientos se dieron a la tarea de generar un discurso de odio en las redes sociales pocas veces visto.

¿Debe el orgullo por nuestras tradiciones y costumbres derivar en xenofobia?

Quizás no sólo sobre difuntos habría que reflexionar en el altar.

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