El año perdido

CARLOS HORNELAS
carlos.hornelas@gmail.com

Al escribir estas líneas debo reconocer el sentimiento que comparto con todos aquellos que se expresan de este 2020 como el año perdido. He tenido en carne propia, que experimentar la tragedia de la ausencia, el denso pesar del duelo, la pesada, melosa y a veces, amarga nostalgia por los que se fueron, el sentimiento de frustración e impotencia, de incertidumbre y desconcierto que hemos arrastrado desde el inicio de este año. Yo he perdido al amor de mi vida, a mi compañera de viaje, así como unos cuantos amigos con los que me acababa de reencontrar. Me duele el alma por ello.

Esta situación inédita del encierro, el hastío de las pantallas, los momentos inciertos de ratos de ocio, la sensación de vivir en una novela post apocalíptica o ciberpunk en la cual solo vemos calamidad tras calamidad en un rosario interminable de infortunios, nos ha obligado a ver hacia atrás, al pasado, o hacia adentro, hacia nuestro propio interior.

Nos hemos encontrado con personas que creímos sepultadas por el olvido, negadas por la memoria o por nuestras ocupaciones cotidianas; y hemos retomado el hilo. Somos los mismos, pero un poco más experimentados. Hemos descubierto que podemos dedicar tiempo a nuestro mundo interior, a la meditación, a la oración, al cultivo de nuestra persona y hemos visto un infinito que está contenido en nuestro universo interior.

Ha sido un año muy paradójico en el cual ha salido a la superficie lo mejor y lo peor de nosotros como humanidad. Desde el sentimiento más egoísta que busca la satisfacción placentera en transgredir los horarios, las distancias y las reglas de salubridad, hasta el surgimiento de los fascistas sanitarios quienes quisieran acabar fulminantemente con estos infractores.

Esta Navidad representa una vez más, para los que somos creyentes, la posibilidad de saber que, ni la ciencia ni la tecnología tienen todas las respuestas, Que seguimos siendo un punto en el paisaje de la creación y que podemos conectar con el otro, quien, de alguna manera, podría entender nuestra circunstancia en común.Y desde allí sentar un terreno común para empezar a construir de nuevo.

En esta época en la cual el destino nos negó la oportunidad de reunirnos como antaño, en la cual la presencia física es echada en falta, en la que extrañamos los abrazos, los besos, las impertinencias de los otros, hemos empezado a valorar ese contacto físico, en medio de la ola que digitaliza las convivencias, que automatiza el trabajo, que predice nuestros riesgos de contagio por los lugares y las personas que vemos, que convierte en bits nuestras declaraciones de amor, que nos agrupa en la pantalla pero nos impide sentir el aura y el aroma de lo real del otro. Estamos más conectados pero con menos comunión. Más informados, con comunidades por afinidad en los espacios virtuales, pero confinados en cuatro paredes.

Esta sociedad del encierro mostrará sus efectos en los próximos años. Pero por lo mientras, rompamos la barrera del autoconfinamiento y sintamos la compasión, la necesidad y el amor del otro para que todo esto nos sirva de recuerdo, de referencia para el futuro y podamos salir pero no a la calle, sino de nosotros mismos.

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