¿El COVID-19 es como una gripe?

La enfermedad causada por el nuevo coronavirus tiene algunos síntomas similares a los de la gripe. Las dos patologías también comparten la vía de transmisión, a través de las pequeñas gotas que las personas infectadas expulsan al toser, estornudar o hablar. Sin embargo, en otros aspectos, la gripe y el COVID-19 son diferentes.

Los coronavirus son una extensa familia de virus que, por lo general, afectan a los animales aunque algunos de ellos también pueden producir enfermedades en los seres humanos. Se sabe que varios coronavirus causan infecciones respiratorias como el resfriado común en las personas. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC) explican que hay muchos virus respiratorios que pueden provocar resfriado. Los más comunes son los rinovirus, pero también hay otros como el virus respiratorio sincitial, los adenovirus o los coronavirus.

No obstante, otros coronavirus también pueden producir enfermedades más graves como el síndrome respiratorio agudo severo (SARS) o el síndrome respiratorio de oriente medio (MERS). El SARS-CoV-1, el virus causante del SARS, se detectó por primera vez en humanos en China a finales de 2002 procedente de las jinetas. Por su parte, el MERS-CoV se identificó en Arabia Saudita en 2012 y pasó a los humanos desde los dromedarios.

El nuevo coronavirus fue detectado por primera vez en humanos en la ciudad china de Wuhan el pasado mes de diciembre.

Este virus se denomina SARS-CoV-2 y la enfermedad que produce es la COVID-19. Sus síntomas más comunes son “fiebre, cansancio y tos seca. Algunos pacientes pueden presentar dolores, congestión nasal, rinorrea (secreción nasal), dolor de garganta o diarrea. Estos síntomas suelen ser leves y aparecen de forma gradual”, describe la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Esta entidad subraya que la mayoría de las personas se recupera sin necesidad de ningún tratamiento especial. Sin embargo, alrededor de 1 de cada 6 pacientes con COVID-19 desarrolla una enfermedad grave y tiene dificultad para respirar. “Las personas mayores y las que padecen afecciones médicas subyacentes como hipertensión arterial, problemas cardíacos o diabetes tienen más probabilidades de desarrollar una enfermedad grave”, aclara.

En cuanto a la gripe, la OMS señala que se caracteriza por el inicio súbito de fiebre, tos (generalmente seca), dolores musculares, articulares, de cabeza y garganta, intenso malestar y abundante secreción nasal. La tos puede ser intensa y durar dos semanas o más. Asimismo, la OMS manifiesta que la fiebre y los demás síntomas suelen desaparecer en el plazo de una semana sin necesidad de atención médica. No obstante, la gripe puede ser una enfermedad grave e incluso mortal para las personas de alto riesgo como las embarazadas, los menores de cinco años, los ancianos y los pacientes con enfermedades crónicas.

El modo en que ambas enfermedades se propagan es el mismo. Cuando las personas infectadas tosen o estornudan, expulsan pequeñas gotas que contienen el virus y que otras personas pueden inhalar si se encuentran cerca. Además, estas gotas se depositan en superficies y objetos y si otras personas los tocan y luego se llevan las manos a los ojos, la nariz o la boca se pueden contagiar. De ahí la importancia de lavarse las manos con frecuencia con agua y jabón o con un gel hidroalcohólico.

Aunque los virus que causan la gripe y el COVID-19 se transmitan del mismo modo, son diferentes y se comportan de maneras distintas. El Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades (ECDC) estima que entre 15,000 y 75,000 personas mueren cada año en la Unión Europea, el Reino Unido, Noruega, Islandia y Liechtenstein debido a causas asociadas a la gripe estacional, lo que supone aproximadamente 1 de cada 1,000 infectados. Comparativamente, la tasa de mortalidad estimada de la COVID-19 es de entre 20 y 30 de cada 1,000.

“Pese a la relativamente baja tasa de mortalidad de la gripe estacional, mucha gente muere a causa de esta enfermedad debido al gran número de personas que se contagian cada año. Lo preocupante del COVID-19 es que, al contrario de lo que ocurre con la gripe, no hay vacuna ni tratamiento específico para la enfermedad. Como es un virus nuevo, nadie tiene inmunidad contra él lo que, en teoría, significa que toda la humanidad es potencialmente susceptible a la infección”, expone esta entidad.

Las personas adquieren inmunidad frente a un virus padeciendo la enfermedad o mediante la vacunación. En el caso de la gripe, María José Álvarez Pasquín, médica de familia del Centro de Salud Santa Hortensia de Madrid y exdirectora de la web “vacunas.org”, recuerda que es un virus complejo que se modifica cada año, por lo que cada año se realizan nuevas vacunas.
Además, pueden existir nuevos virus de la gripe provenientes de otras especies que pueden adaptarse al ser humano, como ocurrió con el H1N1 en 2009. “Por ello es necesario vacunarse cada año”, destaca.

La especialista explica que la evolución de los virus circulantes se controla mediante el Sistema Mundial de Vigilancia y Respuesta de la Gripe (GISRS, por sus siglas en inglés), que forma parte del Programa de Vigilancia de Gripe de la OMS. El GISRS incluye 141 centros nacionales de gripe ubicados en 110 países, que tienen como misión aislar y caracterizar los virus gripales que circulan en su área geográfica.

Estos virus se comparan posteriormente entre sí en cinco centros colaboradores de la OMS (Londres, Melbourne, Pekín, Tokio y Atlanta) a fin de detectar las nuevas variantes y seleccionar las que deben ser incluidas en la vacuna de la temporada siguiente.

En cuanto al nuevo coronavirus, la doctora Álvarez Pasquín señala que todavía no se sabe si puede causar epidemias estacionales, como ocurre con la gripe. “De momento, está afectando a la humanidad tanto en lugares fríos como calurosos y se ha extendido rápidamente”, comenta.

“El SARS-CoV-2 es un virus procedente de animales (murciélago en origen) que se está adaptando a la especie humana. Las investigaciones muestran que, desde su inicio en Wuhan, existen dos linajes del propio virus, uno más agresivo y otro menos lesivo, pero que se transmite más fácilmente. Iremos viendo con el tiempo cómo varía y cómo nosotros nos adaptamos para superar esta nueva enfermedad”, apunta. La doctora manifiesta que coronavirus anteriores que han causado enfermedad en el hombre como el SARS-CoV-1 o el MERS-CoV “comparten con el SARS-CoV-2 entre el 80% y el 90% de su contenido genético, lo que se aprovecha para el desarrollo de las vacunas”.

En este sentido, subraya que hay más de 30 compañías farmacéuticas y entidades trabajando para conseguir una vacuna contra el COVID-19. “Gracias a la investigación en China, que ha logrado secuenciar el virus en un tiempo récord y lo ha compartido a nivel científico, puede acelerarse el proceso. De todas maneras, las previsiones más optimistas lo cifran en un año y otras que no lo son tanto en al menos 18 meses”, expone.

La doctora Álvarez Pasquín comenta que la primera fase de ensayo en humanos de la vacuna comenzó el 16 de marzo de la mano de la empresa Moderna, en el seno de un programa fundado por la Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias (CEPI, por sus siglas en inglés) y junto al Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos.

Además, la especialista manifiesta que en España hay “dos grupos de investigación pertenecientes al Centro Nacional de Biotecnología del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) que investigan estrategias para conseguir una vacuna contra este virus que logre inmunidad duradera y permanente”.

Texto y fotos: EFE

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