EL EDITORIAL

Aberrante, indignante, grotesco, inhumano. Póngale el adjetivo que desee y ni uno será capaz de explicar en toda dimensión el atroz crimen cometido en la Ciudad de México en contra de la pequeña Fátima, la cual fue torturada y asesinada con vileza con el fin de extirparles sus órganos internos.

Los crímenes siempre son algo lamentable y profundamente tristes, pero cuando la víctima es una niña a la que le esperaba toda una vida por delante y además ocurre con las saña con la que ocurrió este crimen, entonces es cuando calienta la sangre. ¡Porque esto si calienta! Y no las payasadas con las que a veces salen nuestras autoridades.

Ayer se difundió un video en el que se ve a una mujer llevarse a la pequeña Fátima hacia su fatal destino. La entregó a manos de las personas que le arrebataron su futuro y la vida de manera cruel e inmisericorde, todo con el único fin convertir sus órganos en un producto comercial que será vendido al mejor postor.

Es entonces cuando pensamos que nuestra sociedad debe estar pudriéndose por dentro, que no hay salvación posible cuando ocurren actos como este, los cuales se han cometido desde hace mucho tiempo sin que nuestro corrupto sistema judicial nos ofrezca la justicia que merecemos.

El presidente tiene razón, no es culpa suya una decadencia moral tan grande como esta, pero lo que está haciendo tampoco lo está remediando, y eso sí calienta…pero también duele, y mucho.

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