El elotero que venció el racismo

Todos los días, don Víctor Pérez recorre las casas y departamentos del oeste de Los Ángeles. Empuja un carrito azul de madera y a cada tanto aprieta una corneta con la que invita a los vecinos —estadounidenses, afroamericanos y latinos, pero sobre todo mexicanos— a comprar un poquito de nostalgia: elotes, esquites, chicharrones y raspados de a dos y tres dólares. Es difícil imaginar que en 2011 esas mismas calles fueron un infierno para él a causa de una mujer que quería matarlo. ¿La razón? Ser inmigrante y vender elotes en su barrio.

Cuando dejó Oaxaca, en 2008, no sabía qué era el sueño americano, sólo sabía que ya no le alcanzaba el sueldo como tapicero, que quería que su esposa y tres hijos vivieran un poco mejor y tal vez, en algún momento, dejar de rentar y construir una casa propia.

Se armó de valor, besó a su esposa, abrazó a sus hijos, aún pequeñitos, y se fue de mojado, al igual que los 150 mil oaxaqueños que todos los años dejan su tierra.

No hubo tiempo para descansos; al día siguiente de llegar a Los Ángeles comenzó a trabajar, primero como tamalero y luego como lavaplatos, pero lo que ganaba no le alcanzaba para mandar dinero a México. Tras mucho pensarlo, se le ocurrió que podía vender elotes, idea que no sonaba nada mal, ya que por algo al estado de California le apodan “Oaxacalifornia”; seguro encontraría paisanos con antojo y nostalgia. Buscó dónde comprar elotes al mayoreo, acondicionó un carrito y comenzó su propio negocio.

“Al principio era extrañísimo para muchos que alguien anduviera en la calle sonando la corneta, pero se fueron acostumbrando. Fue mi recurso para sacar adelante a la familia. Los primeros días sí batallé mucho, trabajaba tres, cuatro, cinco horas y no vendía nada porque la gente dudaba que fuera seguro o pensaban que les haría daño, pero después me hice de mis clientes, comencé a acabar todo lo que llevaba y hasta la fecha, siempre acabo lo que traigo”.

EL ACOSO DE “LA AMERICANA”

Todo iba bien hasta una tarde de 2010. Al llegar a la calle Holt, una mujer alta, rubia y vestida con ropa deportiva se le fue encima enojadísima. Víctor jamás la había visto y no comprendía casi nada de lo que le decía en inglés, pero supo que el problema era su color de piel y ser migrante.

“Ese día no había terminado de vender cuando la señora llamó a la policía. Me quitaron mis cosas y me dieron cita en la corte. El juez me dejó libre, pero dijo que ya no podía vender elotes”, relató.

La estadounidense siempre lo buscaba para insultarlo y luego, llamar a la policía. Don Víctor no podía responder porque se sabía en desventaja, era pues un invisible sin derechos, al que podían deportar en cualquier momento.

La violencia fue ascendiendo, hasta que una tarde a finales de 2011, la mujer, a bordo de una camioneta negra, se le fue encima para atropellarlo.

“La gente se molestó, le gritaron que por qué hacía eso si yo no le había hecho nada malo, comenzaron a grabarla y llegó la policía”.

Los oficiales, que ya sabían del racismo de la mujer por sus decenas de llamadas, le insistieron a Víctor para que pusiera una denuncia o posiblemente lo mataría la próxima vez.

Cuando accedió, le cambió la vida. Le pusieron a un detective llamado Nelson Hernández, quien se conmovió con su historia y prometió hacerle justicia. La cita final se dio el 29 de enero de 2013.

El día del juicio estaba aterrorizado. Además del detective y la abogada de oficio, don Víctor no tenía a nadie. La mujer estadounidense, en cambio, llegó con muchas personas, entre ellas, abogados que iban a defenderla.

Entonces, para sorpresa del mexicano, aparecieron cuatro detectives preguntando por Víctor Pérez.

“Soy yo, respondí con miedo, y me dijeron: ‘¿Sabe qué?, venimos a apoyarlo’. Sólo escuché que uno le dijo al otro: ‘Diles a los demás que pasen’, no le miento, eran como cien policías que también iban a apoyarme, yo no lo podía creer”.

Todos ellos eran los oficiales que, a lo largo de los años, habían acudido a los innumerables llamados de la mujer y que sabían de su racismo. Para entonces, su caso ya era conocido en la zona, y él no era la única víctima de Jenna, quien solía acosar a los migrantes que se le cruzaban en el camino.

Al ver la escena, la señora se molestó más y comenzó a acusarlo de cosas nuevas. Sin embargo, después de que ambos dieron sus testimonios y la corte deliberó por tres horas, todo terminó con una palabra dirigida a la estadounidense: culpable.

Todos gritaron de alegría y lo felicitaron, pero allí no acabaron las cosas, Nelson le informó a don Víctor que era candidato a obtener la visa tipo U, destinada únicamente a “víctimas de ciertos crímenes, que han sufrido abuso físico o mental y brindan ayuda a las agencias de orden público y oficiales gubernamentales en la investigación o prosecución de actividades criminales”.

FINAL FELIZ

Don Víctor confesó que no podía creer lo que le estaba pasando. Habían hecho justicia para él, para ese migrante oaxaqueño que creyó que no tenía derecho a nada en ese país.

“Me siento contento. Ahora ya estoy legal acá, ya me dieron mi permiso de trabajo, me dieron el seguro, me dieron mi ID de California, y el detective me dijo que le echara ganas porque tenía todo el derecho de pedir a mi familia, y ya me traje a mi mujer y a mis tres hijos”, contó.

Actualmente, don Víctor continúa vendiendo elotes y es muy querido en el barrio. Al fin pudo comprar una casita en Oaxaca y la próxima semana comenzará los trámites para obtener su residencia. Tiene pensado visitar pronto México, pero confiesa que ya se acostumbró a su barrio en Los Ángeles, a sus vecinos y a su negocio. El deseo familiar ahora es poder comprar una casita allá.

Así como ha vivido historias terribles, Víctor también tiene momentos que recuerda con gusto, como haberle vendido elotes a la actriz mexicana Angélica Vale. Hace tiempo se la encontró en una calle y ella lo llamó para saber qué vendía y, al enterarse, compró elotes para ella y sus acompañantes.

La actriz también recuerda ese episodio, porque se le hizo raro ver a un elotero en Los Ángeles.

“Iba manejando y vi un carrito de elotes, allá no es nada común, no hay. Entonces, no me acuerdo de dónde iba porque no estaba cerca de mi casa, y de pronto volteo, veo a este señor vendiendo elotes y, bueno, íbamos con tráfico, tarde. Literal, me paré y emocionada le grité que viniera, le pedí mis elotes y fui la mujer más feliz del mundo. Me encantó conocerlo, me muero de ganas de ir y comer otro elote (…) Creo que es un claro ejemplo de que los mexicanos vamos a Estados Unidos a trabajar”, narró la actriz.

Texto y fotos: El Universal

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