El fantasma del 94

Este país tiene un antes y un después tras la elección de 1994.

No solamente la canción “La Culebra” y un disparo nos cambió la historia y el ánimo. Todo lo que sucedió a partir de ahí puso a las instituciones mexicanas en una prueba de resistencia como nunca, y de ahí sacamos algunos reflejos condicionados que han iluminado la corta, pero intensa, vida de la democracia mexicana.

Vaya por delante que nunca me creí lo de la transición –que para mí comenzó con Jesús Reyes Heroles y su ley de legalización de partidos políticos– ni que verdaderamente se hubiera dado en el año 2000. Todo eso siempre me pareció un falseamiento peligroso de la historia en un país que, sobre todo, ama la ficción.

Pero vayamos al punto. En el año de 1994 lo más importante que se produjo fue el debate entre los presidenciables. En ese momento un hombre ya consolidado, un abogado litigante y dotado por una enorme capacidad dialéctica, con una barba y en nombre del PAN, sorprendió al país. No solamente, como su discípulo Ricardo Anaya, presentó un discurso ordenado, sino que además fue creíble y acompañado por una autoridad personal y moral para llevarlo a cabo.

Después las leyendas dicen de todo, como que la punta de un diamante impidió que realmente compitiera por la presidencia. Pero realmente el país que quedó después del asesinato de Luis Donaldo Colosio no podía tener un presidente que fuera panista. Entonces tenía que ser priista como lo fue Zedillo, convirtiéndose en uno de los presidentes más votados de la historia del país.

Pero la democracia mexicana aprendió que la gran prueba de fuego, lo que de verdad demuestra la pátina de la democracia, son los debates.

En 1994 no existía el régimen de las comunicaciones que hoy existe en las redes sociales, ni la libertad, ni la generación de los millennials. En ese año teníamos exactamente 26 años menos de pasado del que tenemos hoy.

Entonces, los que se quedaron anclados en el efecto del debate deben recordar que todo es como en ese entonces, pero ahora incluyendo la carrera de crímenes, aciertos y desaciertos políticos a las espaldas de los candidatos.

Y tercero, el Anaya de aquella época, Diego Fernández de Ceballos ya había hecho varias reformas, había pactado con Carlos Salinas de Gortari la modernización del Estado, ya era rico y a él no se le podía pillar por una nave industrial sino realmente por toda una nación.

Por Antonio Navalón. Periodista, agradecido con la vida y fascinado por este momento. Instagram: antonio_navalon. Mis tuits personales llevan la firma #ANavalon.

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