El favor del enemigo

Por Eduardo Ancona

Tener enemigos puede convertirse en una necesidad imperante. Estados Unidos ha aprovechado y construido enemistades para justificar decisiones de política exterior e interior, cuando no ha sido Irak es Afganistán, Irán o Corea del Sur. En México muchos autores han señalado lo útil que fue para el gobierno de Felipe Calderón visibilizar los nombre de los Carteles de narcotráfico y de sus líderes, como una forma de construir un enemigo común, plantear un obstáculo a vencer para alcanzar los supuestos objetivos de la guerra contra el narco y explicar al público un fenómeno infinitamente más complejo y fragmentado de lo que parece a simple vista.

En la prensa ocurre lo mismo. Mientras algunos periodistas mantienen una línea editorial consistente más allá de los vaivenes políticos, otros más se perjudican o benefician de enemistades con el poder. Un ejemplo es Carmen Aristegui. Periodista de gran trayectoria, durante los últimos dos sexenios gozó de una renovada popularidad gracias a un pleito comprado con los gobiernos en turno. Incluso un par de ocasiones salió de aire por lo que -haiga sido como haiga sido- todo mundo interpretó como flagrantes actos de censura: cuando cuestionó el supuesto alcoholismo del Calderón y la casa blanca de Peña Nieto.

Aristegui mantiene su credibilidad, sin embargo, con la llegada de López Obrador a la Presidencia, su papel de periodista disidente ante la mafia del poder ha quedado bastante descafeinado. Prueba de ello es que su programa de radio pasó de diputarse los primeros lugares, a estar en la posición 22 por rating.

Aristegui mantiene la misma línea crítica y las mismas filias y fobias que conocemos, incluso su velada simpatía por López Obrador no ha evitado que critique los excesos de su gobierno, como hizo en un buen texto la semana pasada en el Reforma.

Sin embargo, el personaje del opositor, del perseguido voluntario o involuntario, vende. El Presidente ha decidido hacer de uno de sus principales enemigos -como la propia Aristegui lo dice en el artículo mencionado- al periódico Reforma. El mejor diario del país, está en el ojo del huracán mañanero casi a diario. El ataque contra Reforma viene desde la posición de más poder en México, lo cual constituye una agresión indudable a la libertad de expresión. Pero también, por la misma razón, es la mejor publicidad que puede recibir el diario. Qué mejor muestra de su rigor y de la relevancia de su trabajo que la molestia presidencial de todos los días. Y qué mejor muestra de que esto no es producto de una falsa imparcialidad, que su trabajo crítico y consistente durante años.

El Reforma está bajo ataque, pero también ante una oportunidad notable, la de consolidarse como una reserva de buen periodismo, libre, lejano poder político y comprometido con la más simple e importante de las causas: la verdad.

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