El fútbol, según un no fanático

Por Marcial Méndez
alexmendez2903_s14@hotmail.com

La pasión por el fútbol solía parecerme ridícula: si en esencia era una competencia deportiva, ¿por qué había gente que le iba hasta a los peores equipos? ¿no era más sensato siempre aplaudirle a la mejor agrupación? Las respuestas esotéricas de mis compañeros no me satisfacían: “el fútbol es la vida” y demás frases afines eran demasiado abstractas.

Llegué a concluir que el fenómeno era prácticamente irracional. Había a quienes simplemente les nacía la pasión y yo no era uno de ellos.

No fue sino hasta tarde en mi adolescencia que entendí el “chiste” del balompié: eso que despertaba tanta emoción en familiares y amigos, pero que a mí me había eludido por completo. El descubrimiento no me volvió fanático pero sí logró hacerme comprender que aquella belleza que otros encontraban en el fútbol no era para nada absurda.

Mi muy obvio error fue cuestión de enfoque. Aunque el fútbol es indudablemente una competencia, su esencia yace en su dimensión narrativa. La cancha es el escenario en el que se escriben infinita cantidad de historias. Decir que la victoria de México sobre Alemania del mes pasado fue una mera demostración deportiva es caer en un reduccionismo risible. Fue un relato de David y Goliat, el primer capítulo de la narrativa de esperanza que la Selección construiría hasta su eventual derrota ante Brasil, y una representación simbólica de la lucha que México, como nación, libra para salir adelante y convertirse en el país que queremos que sea.

Hoy día sigo sin involucrarme mucho con el fútbol (aunque en época del Mundial es inevitable), pero ya entiendo que si bien el balompié no es la vida, sí puede ser una loable imagen de la misma –con toda la profundidad dramática que eso implica.

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