El reloj en movimiento y otros mitos

Por Manuel Alejandro Escoffié

“Mira el reloj. Obsérvalo con atención y concéntrate en mi voz. Te está dando sueño. Mucho sueño. Tus parpados comienzan a sentirse pesados. Tu fuerza de voluntad se desvanece. Quieres dormir”. Todos conocemos está rutina, ¿verdad? Son más o menos las palabras que en un momento u otro hemos escuchado de cualquier personaje en cine, televisión y otros medios realizando con éxito una inducción hipnótica. Sin embargo, rara vez tal inducción suele darse en el contexto de intenciones en absoluto benéficas o positivas. Para todo efecto y propósito, cada vez que un hipnotizador haga acto de presencia en la pantalla, esperen la personificación del mal y muy probablemente acertarán.

¿De dónde surgió esta tradición del hipnotista maligno? Quizá el referente más antiguo sea “Trilby” (1894); novela de George Du Maurier en la que Svengali mantiene a la joven inocente del título bajo su influjo con el propósito de dotarla de un extraordinario talento para el canto. Existen ocho adaptaciones cinematográficas de esta historia. La más conocida data de 1931 y cuenta en el rol de Svengali con John Barrymore; quien desde entonces encabezó el elenco en docenas de variaciones presentando a varones diabólicos dominando mentalmente a indefensas heroínas, incluyendo un “Dr. Jekyll & Mr. Hyde” con escenas de hipnosis ausentes del material original, sin más motivo que el de reforzar un aspecto ya para ese entonces inseparable de la imagen pública del actor. El otro estilo de representación más común acostumbra mostrar a la persona en trance ser alentada para realizar un acto delictivo; generalmente, asesinato. En el clásico mudo “El Gabinete del Dr. Caligari” (1920), el susodicho doctor controla a un sonámbulo a quién envía cada noche a matar a hombres y mujeres mientras duermen. Algunas veces, en lugar de homicidio, el hipnotizador anima a quien se halla en su poder a dañarse a sí mismo. Recordemos el caso de “The Hipnotic Eye” (1947); donde un ilusionista de variedades selecciona a mujeres jóvenes entre la audiencia de su show para implantar en sus subconscientes ideas que las hagan propensas a la auto-mutilación. Traducida en veinte idiomas, el filme contribuyó enormemente a diseminar por el mundo la noción de la hipnosis como entretenimiento barato enmascarando una forma de destrucción; misma que persiste en generos como la ciencia ficción (los seriales de “Flash Gordon” entre 1936 y 1940), algunas comedias (“La Maldición del Escorpión de Jade”, 2001) y caricaturas infantiles de TV (“Scoobie-Doo”, 1982).

Incluso cuando la representación del proceso es clínicamente acertada, su priorización para ejercer control o influencia sobre otro, así como del punto de vista de quien lo ejerce, se mantiene firme. No faltará quien diga que, al fin y al cabo, “solamente son películas”. Pero pensemos en lo siguiente. Por cada vez que los sueños se han resignado a existir bajo la sombra de “Pesadilla en la Calle del Infierno” (1984) o los psicoterapeutas a ser percibidos como más psicóticos que sus pacientes en “Vestida Para Matar” (1980) o “El Silencio de los Inocentes” (1991), también han habido ciertos contrapesos a tan negativa reputación en forma de alternativas como “Sueños” (1990) de Kurosawa, o dramas al estilo de “Gente Como Uno” (1980). En términos de su demonización a través de la cultura popular, dichas alternativas parecen conformar un merecido lujo que la rama médica del hipnotismo tendrá que seguir esperando un buen tiempo antes de poder darse a sí misma.

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