Entre dos agresores

Por Carol Santana

Esta semana, el candidato a la presidencia estadounidense Bernie Sanders dejó la contienda electoral para apoyar al también demócrata y exvicepresidente Joe Biden.
Para muchos la noticia resultó ser una decepción, en especial para aquellos que tenían la esperanza de que las ideas progresistas de Bernie pudieran hacer reformas que transformaran por completo a su país.
La renuncia de Bernie dejó a Joe Biden como el opositor de Donald Trump para las elecciones de este año, sin embargo, el conflicto que sienten los votantes con Joe en parte es por los escándalos de agresión sexual que han surgido sobre Biden, tanto en su pasado como en su campaña por la presidencia.
Biden, quien tenía una imagen de ser un “hombre bueno” comparado con Donald Trump, ha hecho muy poco por rectificar sus acciones, sobre todo con las mujeres que hasta hace poco solían apoyarlo.
Para las mujeres esto no es nada nuevo, y se suma a otra serie de injusticias y descontento que ha visibilizado el machismo y los dobles estándares en la política estadounidense.
Hace unas semanas, con la renuncia de Elizabeth Warren por la candidatura, las votantes se imaginaron el futuro desolador de nuevo: votar por Trump o votar por otro agresor sexual en caso de que Bernie decidiera salirse de la contienda. Y así fue. Las votantes estadounidenses tendrán que revivir perder contra un agresor sexual.
No es sorpresa para nadie la manera en la que la política difiere para candidatas y candidatos. Mientras que Hilary Clinton y Elizabeth Warren fueron cuestionadas por sus elecciones de vestuario, su frialdad, falta de competencia o excesiva emoción -ya que son mujeres y obvio por eso son más emocionales-, los hombres que competían contra ellas nunca fueron tratados de la misma manera inquisidora y menos por los mismos temas.
Al final, no bastó que Warren contestara cada pregunta con una posible solución y un plan específico. Ni que no fuera una agresora sexual. Al final, el ser mujer y estar en el poder sigue siendo un tabú para muchos votantes, e incluso medios que prefieren ser más incisivos con las candidatas que con los candidatos.
Al final, las agresiones sexuales no son un escándalo lo suficientemente graves para hacer que un candidato —o presidente— sea descalificado.
La violencia sexual no es nada nuevo y aún así no deja de sorprendernos lo poco que le importamos a la otra mitad de la población, ni la falta de empatía que tienen hacia la violencia que no les afecta.

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