Entre hombres y mujeres (II)

Mario Barghomz

mbarghomz2012@hotmail.com

También las diferencias desde la antropología se hacen notables, y no para menoscabo de unos y la supremacía de otros. Hace un millón de años los primeros neandertales debían cuidar y proteger a sus mujeres dada su condición de género. Piénsese naturalmente que es una época donde debió lucharse contra la inclemencia misma de la propia naturaleza (la carencia, el hambre y el frío), el peligro constante de animales peligrosos y rapaces, y las peleas constantes entre una horda y otra por el asentamiento y la comida. Era una disputa constante por mantenerse vivos.

Hace un millón de años el hombre (la mujer incluida) es todavía un ser cavernícola con un cerebro poco desarrollado pero con el instinto natural de la sobrevivencia. Un cerebro que sin embargo le permite medianamente entender que la mujer en estas circunstancias no es igual al hombre y que debe ser protegida. Su necesidad primera es el alimento y la convivencia; vive agrupado en cuevas y se alimenta particularmente de la caza, la pesca y la recolección de frutos. Solo en lo último (en la recolección) la mujer participa, pues carece de la fortaleza física y la corpulencia natural del hombre para ir de caza o de pesca. Es una mujer a la que por naturaleza y situación de vida, le son asignadas las labores del asentamiento y la prole. Por otra parte es la única que por herencia directa de sangre (Gens) puede identificar a los hijos como suyos, ya que la conducta sexual poligámica del clan impedía identificar al padre.

Solo cientos de miles de años después con la aparición del homosapiens (hace 50/30 mil años) y las primeras culturas (hace 7 mil años) fue que la mujer pudo ir encontrando una identidad menos dependiente y sedentaria con respecto al hombre. Desde las faraonas egipcias, las mujeres griegas y romanas, hasta las europeas modernas y la de nuestros días (incluida la mujer latina); la mujer ha evolucionado sobre todo en el rango de su inteligencia.

El mundo moderno hoy le ofrece a la mujer la oportunidad de tener un rol igualitario al del hombre en el aspecto estrictamente social, laboral, educativo y cultural. Con el tiempo y todavía durante todo el siglo XIX y la mitad del XX, paulatinamente ha ido desapareciendo el estigma que había sobre ella. De tal manera que hoy la educación y a diferencia de otras épocas y exentando por supuesto algunas culturas africanas y orientales, se imparte por roles iguales, en un mismo salón de clases y con las mismas oportunidades. Tal es que así podemos hablar hoy de mujeres científicas, artistas, políticas y empresarias a las que por propio esfuerzo y mérito y el desarrollo humano de la historia misma, se les confiere la misma oportunidad y derecho semejantes a los del hombre.

El problema sería, si es que quiere señalarse, no tanto en lo que igualmente no les corresponda ni merezcan, sino en el prejuicio y la ignorancia todavía de sociedades (aquí sí machistas) que quieren seguir tratando a una mujer como en la época de las cavernas o socavando sus mismos derechos.

Mas cuando se trata de hacer  diferencias hay que entender que estas no están en los particulares roles de género, sino en aquello que por naturaleza realmente los hace distintos y que se comentó en el primer ensayo (jueves 18, 2021).

Yo tengo por fortuna una hija doctora cirujana y otra abogada. Las dos son para mí la representación misma de lo que una mujer es y puede lograr por sí misma y propio mérito en un mundo donde antes estos títulos estaban solo reservados para los hombres. Ahora también cuido y educo a una nieta que en su entorno tiene los mismos derechos y privilegios que los varones de su misma sangre.

Por eso considero lamentable que el grito y la rabia de muchas mujeres que pelean porque se les respete, y que ya desde su propia casa han sido rechazadas, humilladas, maltratadas, confrontadas o quizá simplemente ignoradas (a veces por sus propias madres), hoy quieran hacerse oír no sin la violencia mezquina y el peligro que encontrarán siempre en la calle, dispuesta a veces solo a mirar impávida y quebrantar su lucha.

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