¿Están condenados los taxis?

Por Roberto Ojeda

El lunes pasado un grupo de taxistas volvió a manifestarse contra las plataformas digitales, y pedían de manera desesperada que el gobierno las saque del estado para que vuelvan a acaparar el mercado como lo hacían antes del arribo de Uber.

Los manifestantes afirmaron que ya no les alcanza para poder mantener a sus familias y que los dueños de las placas siguen rentando sus vehículos al mismo precio, sin importarles que ahora tengan menos trabajo.

Hace un par de años Uber llegó a Yucatán y cambió por completo el negocio en el estado (así como lo ha hecho en todo el mundo) con una estrategia simple pero efectiva: escuchar al cliente y aprovechar los abusos de los taxistas, que no vieron venir la crisis que les venía encima.

En su momento, los viejos caciques del negocio en el estado quisieron pelear contra esta revolución pero les fue imposible; el cliente había declarado al ganador mucho tiempo antes y los orilló a escapar con la cola entre las patas.

Ante esta bofetada de realidad que recibieron los ex dueños del negocio se vieron en la necesidad de cambiar la estrategia; dejaron las manifestaciones y las presiones a la autoridad y trataron de competir bajo las nuevas reglas del mercado, con aplicaciones tecnológicas y nuevas unidades con aíre acondicionado, pero hasta el momento han fracasado.

El FUTV (la punta de lanza de las quejas contra Uber) fue el único de los grupos de taxistas que hizo un esfuerzo serio en este tema y lanzó una plataforma que hasta hoy no se sabe si sirve de algo, porque no ha tenido el más mínima impacto mediático ni ha repercutido en la sociedad.

Sin embargo, la protesta del lunes ya no tiene que ver con un tema político o por el dominio de la plaza, sino que en ella me pareció escuchar ser el primer grito de auxilio real por parte de los chafiretes y el inicio del adiós de un modo de trabajo que parece estar condenado a la extinción.

Muchos de estos choferes que hoy no ven la manera de llevar el pan a su casa, se verán en la necesidad de dejar el volante y trabajar de otra cosa o de afiliarse a Uber u otra plataforma tecnológica como Cabify y eso llevará poco a poco a que las placas queden obsoletas y pierdan su valor.

Acá está claro, renovarse o morir y hacerlo rápido, porque de otro modo es posible que estemos viendo el principio del fin de un servicio que dominó durante años, exprimió nuestros bolsillos a su antojo y dejó de pensar en el cliente.
Creo que podemos ir cantándole las golondrinas…

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