Falla, falla de nuevo, falla mejor

Por Sergio Aguilar

Cuando acaban los años, uno se pone a hacer un listado de los “éxitos y fracasos” que tuvo a lo largo del ciclo que termina. Uno se pone “metas” para el próximo año, en función de cómo se medirá mi éxito por los demás: si se notará mi pérdida de peso, si verán mis fotos de viaje, si celebrarán mi ascenso profesional, etc.

Nuestras sociedades de libros de autoayuda, de los pasos para triunfar en una junta, de los tips para impresionar al jefe, tiene dos vertientes en apariencia contradictorias, pero que en realidad responden a la enfermedad del éxito.

La primera es la obsesión por ser reconocidos por el Otro como individuos que tienen éxito. Es importante destacar el matiz de reconocimiento individual: no es una serie de factores los que mantienen condiciones desiguales para alcanzar lo que se considera como éxito, sino que se debe de achacar la responsabilidad sólo a la persona. El reverso oscuro de esta parte es que el fracaso también es responsabilidad de una persona (es aquí donde encontramos gente que cree que “es pobre el que quiere”).

La otra vertiente es la que trata de mantener una actitud crítica al éxito, sosteniendo la idea de que “no tiene nada de malo no ser el número uno”. Se supone es una actitud más reflexiva que invita aceptar que podemos tener errores, y que en nosotros está elegir mejor las batallas para salir victorioso donde lo podamos hacer.

Estas dos actitudes son muy conservadoras, porque siguen manteniendo la clara dicotomía entre éxito y fracaso. La mejor opción es, por supuesto, la tercera, que trata de escapar de ese par al reconocer el fracaso de todo éxito y el éxito de todo fracaso.

El fracaso de todo éxito supone la aceptación del reverso oscuro del éxito: todo momento exitoso guarda la semilla del fracaso de otro, es decir, soy exitoso antes que por mí, gracias a que otro fracasó. Al momento de ver a un empresario exitoso, habría que preguntarse cuántos fracasos eso costó.
Por otro lado, el éxito de todo fracaso supone una nueva actitud al fracaso, que no sólo parta de un mantra maniqueo como “aprender de nuestros errores”, sino que suponga un momento de reconocimiento a las nuevas posibilidades que existencia que abren los fracasos. Los fracasos son necesarios pues el éxito sólo puede venir a través de la redención de los fracasos pasados (parafraseando un poco a Walter Benjamin).

Aquí es donde se cuela una famosa frase de Samuel Beckett, usualmente retomada por los emprendedores neo-yuppies de hoy, que creen que la pueden usar para demostrar que saben aprender de sus errores, pero que originalmente va en un sentido muy distinto: “Falla, falla de nuevo, falla mejor”, es decir, reconoce que el fracaso supone un lidiar con la contingencia, y que el éxito no es que el resultado salga a tu favor, sino que en un resultado no favorable tu halles lo novedoso del fracaso, de modo que, cuando tengas éxito, en realidad estés redimiendo todos tus fracasos pasados.

Esa sería una buena reflexión de fin de año: que el próximo año de nuevas lecturas, nuevas posibilidades, otros espacios, para redimir los anteriores años.

 

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