Ficmy: entre ingenuos y cómplices

Por Sergio Aguilar 

Es lamentable, hay que poner límites, comprometerse con un modo específico de hacer las cosas, con una ética de trabajo que, en el caso de quien esto escribe, apela a la construcción de una comunidad. Por ello es que me parece importante hablar hoy de lo que está pasando con el Festival Internacional de Cine de Mérida y Yucatán (Ficmy).

En este espacio he expresado con anterioridad las prácticas lamentables que este evento tiene hacia la comunidad cinematográfica local. No es un secreto ni reclamo de un grupo minúsculo: en grupos virtuales, donde están presentes personas que desde diferentes campos (gestión, producción, formación, etc.) contribuyen a la conformación del cine en la localidad, han habido expresiones de escepticismo o abierto rechazo al trabajo que el Ficmy hace, particularmente en el Short Film Race, el concurso con jóvenes realizadores locales.

Se le ha hecho saber a quien esto escribe (y por razones que a continuación describiré le resultará obvio que no podré revelar nombres), que los participantes del Short Film Race de este año se les hizo firmar un contrato de confidencialidad que les inhabilitaba para criticar públicamente al festival y sus actividades.

Si esto le parece a usted algo de no mucho escándalo, quizá le parezca más grave lo que me comentó un participante de un Short Film Race pasado.

Resulta que cada año se firma un contrato de co-producción de los cortometrajes, entre el participante que se inscribe y la producción del festival. Lo curioso es que no se le entrega a los participantes una copia de ese contrato, es decir, en pocas palabras, usted firma un contrato del cual no se queda con copia. Tras solicitar una copia en repetidas ocasiones, se le dijo a este participante que rotundamente no se le dará una, pero que cuando la quiera revisar puede acudir a las oficinas del festival, donde podrá leerlo en presencia del abogado del evento. ¿Qué clase de amenaza es esta? Esta práctica se repitió este año, tal como se me hizo saber por un participante actual.

Hablando de repeticiones, la más lamentable de las cosas por platicar. Esto atañe directamente a los realizadores que año con año, a sabiendas de la fama que entre la comunidad local tiene el Ficmy, deciden inscribir otro proyecto en él. Ellos son los primeros culpables de que sigan existiendo este tipo de fraudes e insultos a su propio trabajo, que no procuran al menos preguntar por una copia del contrato que firman o que creen que como usarán el Short Film Race “de práctica personal”, no tomarán en serio los graves problemas a su alrededor.

Su ingenuidad no tiene comparación, pero sí un precio que se paga, y ése es el de no poder armar esa comunidad de la que tanto se habla. No entienden que las acciones de las que tratan de sacar beneficios personales tienen daños colectivos. No entienden que no importan las buenas intenciones sino las buenas acciones. No entienden que no entienden, y ellos son tan cómplices del daño a la comunidad cinematográfica local como el propio festival, por más ingenuos que sean.

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