Galeno

Por Mario Barghomz

“Todo médico es por naturaleza filósofo”. ¿A qué se refería exactamente Galeno con este axioma? ¿Por qué hoy solo algunos, quizá los más cultos y humanistas, admitirían esta idea?

Naturalmente hay que observar que Galeno pertenece a una época donde la Filosofía seguía siendo la madre o gen de todo arte o ciencia humana. La medicina en su época (siglo II) era todavía más un arte que una ciencia, y como tal, obedecía más al conocimiento de lo sensible (del alma y sus humores) que de la investigación y la teoría. Galeno es el homólogo de Hipócrates en su tiempo.

También es necesario observar que el arte de la medicina (hoy ciencia médica) no comienza con Galeno, aunque hoy a los médicos se les llame también galenos, y tampoco con Hipócrates (padre de la medicina) que da pie y nombre al famoso “juramento hipocrático” que protestan los médicos al recibirse. Sino con Asclepio (o Esculapio), hijo del dios Apolo, a quien este arte se le atribuye en deferencia a su padre (según el mito) que lo salva (siendo un nonato) de morir quemado, sacándolo en el último momento (como la operación más riesgosa de vida o muerte) del vientre de su madre.

Esculapio es aquél a quien se refiere Sócrates antes de morir (citado por Platón en el Fedón) porque le debe un gallo por los servicios de salud prestados durante su vida. El emblema que hoy llevan los médicos sobre sus blancas batas es la vara y la serpiente enroscada en ella que hace referencia precisamente a Esculapio.

La historia de la medicina no se ha separado nunca ni del arte ni de la filosofía por más que la ciencia y la tecnología en el uso de las herramientas médicas de última generación supongan un corte o un cambio. La medicina sigue siendo hija natural de la Filosofía.

Los mejores médicos, como Galeno, son aquellos que todavía se ocupan del “arte de curar” junto a todo el humanismo posible, tanto del entorno como del conocimiento sobre la persona atendida. Y es aquí donde las figuras de Galeno y de Hipócrates debieron siempre estar presentes en la labor profesional de cualquier médico: la ética médica y la moral humana derivadas del buen comportamiento y los principios, rectores de toda buena vida y toda profesión.

Galeno pretendió (así lo hizo) que la medicina interviniera tanto en el conocimiento como en el tratamiento de los asuntos humanos; una actividad tanto clínica como dialéctica. Tomó de los fundamentos de la doctrina biológica de Aristóteles, los estatutos para su “metodología médica”. Así es como se mantuvo en su práctica médica la imposibilidad de separar la ciencia de la axiología, es decir, de los valores humanos. Hablamos de un proyecto ético en defensa y búsqueda de la rectitud médica y la “vida buena”. Adopción filosófica que no solo usó como recurso moral y ético, sino deontológico (principios y deberes) y epistémico (conocimiento).

El reconocimiento de la filosofía como rectora de su trabajo médico, le permitió a Galeno sentirse, como él mismo anota en sus escritos, en paz y sereno. “Día tras día –dice- permanezco en calma ante cualquier cosa que me suceda. La filosofía le permitió el amor por el trabajo, la investigación y el estudio, rechazando la parte bizarra del médico que solo espera obtener ganancias a cambio de la salud de los enfermos.

El valor de la medicina no comienza con la atención y termina con la recuperación de un paciente; sino con el vínculo fraterno entre un enfermo y su médico. En aquello que junto al conocimiento del cuerpo, también debe atenderse para fortalecer el sentimiento y la mente.

Para Galeno “un cuerpo sano es un cuerpo activo” en el entendido no solo de su salud física, sino de sus emociones y su mente. De lo que podemos derivar que un cuerpo mentalmente bien y emocionalmente bien, será siempre un cuerpo físicamente bien. De otra manera sería difícil hoy mismo esperar que una persona esté perfectamente sana si sus emociones y su mente no lo están.

El control del humor y el temperamento darán siempre un justo equilibrio a nuestra alma. Un alma moderada será siempre un alma en paz y sana. Esto pensaba Galeno.

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