Generación millennial

Por Mario Barghomz

Qué mejor que la científica  neurocirujana Rita Levi-Montalcini, quien obtuviera el Premio Nobel de Medicina en 1986 por sus descubrimientos sobre el “Factor de Crecimiento Nervioso (NGF)”, para hablarnos de cambios generacionales. De cómo el mundo se ha ido transformando con el paso del tiempo y nuestras nuevas necesidades humanas.

Cada generación, y no solo aquellas que hemos identificado como contemporáneas (Baby Boomers: 1945-64; Generación X: 1965-80; Millennials Y / Z: 1981-2009; Alfa: 2010), sino todas las generadas desde el nacimiento de nuestras primeras culturas hace siete mil años, determinadas o no por su propia circunstancia y contexto, han tenido que crear su propia historia, trazar su propia ruta de vida, su propio destino.

Y todo se transforma, cambia, nada permanece dentro del mundo de los fenómenos: modelos educativos, económicos, políticos, religiosos, culturales, éticos y morales que deberán cada generación replantearse sin que por ello pierdan la esencia primordial de su existencia.

“Todo cambia, nada permanece”, dicen los filósofos presocráticos. Y ésta mutabilidad y desarrollo forma parte de nuestra naturaleza viva; se llama ciclo de vida. Y desde el primer día de nacidos y hasta el día de nuestra muerte, siempre seremos otros cada día, nunca los mismos, dice Heráclito.

De esta manera, vivimos hoy en otro mundo distinto al modelo antiguo de nuestros padres y nuestros abuelos; nuevos tiempos, nueva moda, nueva tecnología, nuevos hábitos, nuevas ideas y nueva manera de afrontar nuestra propia experiencia de vida.

Los primeros millennials que nacieron todavía en la década de los ochenta del siglo pasado, son una generación que ha tenido que transitar de un mundo a otro. Del mundo de la física tradicional (la de los bulbos y transistores de los radios y la televisión del pasado), al de la física cuántica (la de los chips y la microciencia).

Los millennials hoy son padres jóvenes de la Generación Z y Alfa, niños y jóvenes que oscilan entre los 5 y 19 años, nacidos en un mundo completamente nuevo, ajenos, por supuesto, a los valores de su pasado inmediato y con una habilidad innata en el entendimiento y manejo de las nuevas herramientas tecnológicas.

La idea misma de “fajar” a un niño Alfa en sus primeras horas de vida, como antes se acostumbraba (se hace todavía), hoy sabemos que no es conveniente –dice Levi-Montalcini (“Tiempo de cambios”; RBA. Barcelona, 2012). “Aunque se usaban con el fin de proteger al niño, estas fajaduras impiden su desarrollo fisiológico y funcional” (p.28). Muchas personas que fueron fajadas en sus primeros meses de vida, sufren ahora que ya son mayores, sin saberlo, distrofias fisiológicas y funcionales.

En las escuelas, por ejemplo, y eso les debe quedar claro a nuestros gobiernos, a los colegios y universidades privadas que insisten en seguir siendo tradicionales, ya no basta con la aplicación de nuevos planes de estudio, sino con un modo nuevo de enseñar.

“…es importante tener en cuenta que los nuevos sistemas educativos y didácticos, no deben adoctrinar al niño usando métodos tradicionales, sino incentivar sus facultades y aprovecharlas para que pasen de una condición pasiva (la de sufrir el conocimiento) a una activa (la de aprender por experiencia directa)”.

Sabemos que con los nuevos sistemas de enseñanza los niños aprenden por su cuenta, pasando de ser “consumidores pasivos” a “productores activos”. La tarea del maestro ya no es la de “enseñar” como lo hacíamos antes, sino la de supervisar y situar a los muchachos en condiciones de desarrollarse como individuos.

Aunque la Generación Millennials debe aprender también, que el acelerado abuso de las nuevas tecnologías que lo enseñan, además de informarlo y entretenerlo, puede someterlos a una realidad simplemente virtual, ajena a su naturaleza social.

Andrea Fusco nos advierte sobre este asunto; que “la dimensión lúdica de la realidad virtual no es más que un modo de huir para compensar una carencia, un refugio contra la soledad”. Y yo digo: una manera de no ser, de no estar, aunque así parezca, en este mundo.

 

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