¿Hay que reconocerle más al cine popular?

Por Marcial Méndez

Los hermanos Russo han vuelto a llegar a titulares cuando , en una reciente entrevista, criticaron a la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas por haberse “desconectado” de los gustos populares en pro de concentrar sus famosísimos óscares en “películas más pequeñas”, según el dúo de directores. Este comentario ha reavivado el debate en torno a si el cine popular debería ser más reconocido y premiado por la Academia (y la sociedad en general) justamente por la magnitud con la que conecta con las audiencias a nivel mundial.

La respuesta a esa discusión depende mucho de la perspectiva con la que uno entiende a la Academia y a los Óscar. En cuanto al dúo de directores, ellos lo miran bajo la lupa de que la premiación es un show de entretenimiento que está perdiendo relevancia a los ojos del público: “necesitas atraer una audiencia para que los Óscar sigan funcionando, […] tienes que escuchar a la audiencia”, afirmó Joe Russo en aquella entrevista para The Daily Beast.

Esa perspectiva fue compartida por la misma Academia cuando, el pasado año, anunció el infame “Óscar a la mejor película popular” en un intento expreso para combatir el declive en ratings de la transmisión televisiva de la ceremonia. A través de ese lente, claro que tiene sentido la crítica y sugerencia de los Russo.

No obstante, sus comentarios no resultan compatibles ni con la idea de los muchos consumidores de cine que toman los premios de la academia como validación de la calidad de una cinta (o de un aspecto de ella), ni tampoco con la intención original de los Óscar, que se supone son premios de la industria del cine para la industria del cine. Estas dos perspectivas, dirigidas al reconocimiento del mérito técnico y artístico, son totalmente incompatibles con un enfoque que festeja la mera popularidad antes que cualquier otra cosa.

Claro está que tanto los Russo como muchos que comparten su postura no ven la popularidad como algo ajeno al mérito y la calidad, sino que lo opuesto: es indicio de que una película es tan buena que tiene una aceptación casi universal. Si bien es verdadero que los aciertos de un filme contribuyen a su popularidad, reducir esta última a exclusivamente eso es caer en la omisión de toda la estructura que está detrás: es negar los millones gastados en mercadotecnia y publicidad, el poder de marca de propiedades intelectuales establecidas como Marvel y Star Wars, el poder mediático y económico de los grandes estudios, etc. Ante toda esa maquinaria, una película “independiente”, por más excelente y atractiva (para el paladar común) que sea, necesitaría de un milagro para alcanzar en popularidad una entrega de los Avengers.

Premiar la popularidad, por tanto, no es reconocer alguna suerte de mérito universal (como quisieran creer o hacernos creer los Russo) sino que enmascarar bajo esa idea todo el poderío al que me he referido anteriormente, en detrimento de los logros auténticos. Esto no significa que las películas populares no puedan ser reconocidas, sino que deberían de serlo solo si sus verdaderas cualidades lo ameritan.

(Sobra decir que esta conclusión va principalmente dirigida al consumidor del cine promedio y no a la Academia que, incluso cuando prioriza “películas más pequeñas”, estas suelen pertenecer a la cima del iceberg cinematográfico).

 

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