Historias sencillas para aprender

Por Ginder Peraza

–Lito, yo quiero un jámster, ¿a me lo compras para mi cumpleaños? – dice con vocecita encantadora mi pequeña nieta Alisson, y mi respuesta es, obviamente, que sí.

Cuando vienen de visita con sus papás mis dos nietas cambian diametralmente el ambiente de la casa. Cualquiera que sea abuelo coincidirá en que los hijos de nuestros hijos son un verdadero regalo del Creador, y hacen que el balance de la vida sea siempre positivo.

El ajetreo diario nos quita muchas cosas, entre ellas el tiempo y la oportunidad de tratar de entender y hasta disfrutar a la gente que tenemos alrededor. Todos tienen una historia, con problemas y satisfacciones cotidianas singulares.

Camino a la tienda observo a una madre joven que carga a un niño de cuando mucho dos años. Tiene una cara de preocupación combinada con algo que se podría describir como hartazgo, rencor y queja. Me parece que es del tipo de personas que viven siempre en la precariedad económica, tratando de resolver los problemas conforme se les presentan: las enfermedades de sus hijos, los gastos que implica la educación gratuita, los abonos que hay que pagar para tener dos o tres muebles y aparatos indispensables en el hogar, y hasta el desayuno, almuerzo y cena de cada día. No se rinden, siempre luchan pero no dejan de pensar que la sociedad es injusta. Son los que encarnan el hartazgo social que tanto influyó en las recientes elecciones.

Una persona, una historia de vida. Hoy trabajan los pescaderos en un puesto frente a mi casa. Licho y Marlene llegan todos los viernes del puerto de Chelem, barren, lavan y se instalan en espera de los clientes, que acuden sobre todo los domingos y esperan en paciente cola. Son una pareja muy trabajadora, que además sabe ahorrar, gracias a lo cual se mantienen, ayudan a sus hijos incluso los mayores, y han levantado una segunda casa en ese puerto a manera de ahorro para la vejez. Muchos podríamos aprender algo de ellos.

Veo pasar a Andy y nos saludamos. Nos conocemos desde hace muchos años porque alguna vez coincidimos trabajando en la misma empresa. Andy es viudo reciente y mostrando lo juicioso que siempre ha sido se ha dedicado casi de tiempo completo a su religión, y ya hasta se hizo “ministro de la eucaristía”. Su esposa murió una semana antes de que falleciera la esposa de un amigo suyo, y éste perdió la vida, algunos creen que empujado por la tristeza, dos meses después de que se fue su mujer. “Chispas, dije, no me vaya a pasar lo mismo”, me cuenta Andy que pensó. Por lo pronto ahí va, vestido con sus mejores galas, a la misa tempranera del sábado.

También pasa y saluda una joven señora de apariencia común y corriente, pero que también tiene una historia propia. Hace poco perdió a su madre, una mujer que casi siempre tenía mala cara, aunque esto les pasa a muchos adultos mayores simplemente porque de verdad algo les duele. Con todo lo antipática que podía ser esa señora, cuyo carácter favoreció que su hija y su hijo se alejaran de ella, tuvo un rasgo digno de elogio y de imitación: de manera anticipada pagó los gastos que implicarían su fallecimiento, velación y disposición de sus restos, que según sus deseos fueron incinerados. También dejó debidamente notariado quién sería la propietaria de la casita de interés social que habitaba.
Cada persona tiene su historia, y de todas se puede aprender, ¿verdad?

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.