El hombre es violento por naturaleza

Ante los hechos violentos suscitados en esta semana, me atrevo a escribir la siguiente frase: el hombre o ser humano es violento por naturaleza.

El instinto de la ira lo traemos por naturaleza, es un sentimiento no ordenado, ni mucho menos controlado, de odio y enojo, y entre las principales transgresiones que puede ocasionar están el homicidio, el asalto, la discriminación y hasta el genocidio.

La historia de la humanidad está marcada por la violencia, en la historia bíblica tenemos el primer homicidio en Abel que mata a su hermano Caín. Las guerras antiguas eran violentas y sangrientas, esto no ha cambiado mucho en la actualidad, hablar de terroristas, las guerras entre naciones, los homicidios, los crímenes que se cometen llegan a manifestar una malicia inimaginable.

Nos asombramos por el joven suicida que dispara en su salón de clases en Monterrey, las imágenes son perturbadoras; pero esto es producto de la misma naturaleza humana, el internet ha invadido nuestra privacidad, la pasión del morbo ya no tiene un tope, con el Internet puedes acceder a hechos violentos, que antes de su existencia la violencia no era palpable, sino de una manera presencial solamente, y creíamos que nuestra sociedad era mejor.

La pasión de la ira, que da nombre al apetito irascible, brota cuando el apetito irascible se enfrenta con bienes difícilmente asequibles, o con males que son difícilmente superables. En su esencia íntima es un deseo y una sed de venganza, correspondiente a una injuria recibida cuya satisfacción se consigue por la venganza.

Por principio y de suyo la ira no es mala, pues todos tenemos el justo derecho de tomar represalia por las ofensas, según la recta razón y la ley general. Mientras el hombre se atenga al dictamen de la razón y obre de acuerdo con las exigencias de la naturaleza, la ira es un acto digno de alabanza; es un deber del que la ley puede pedir cuentas.

En consecuencia, una persona airada no da suficientes indicios para deducir que peca, ya que su acto de ira puede responder en proporción justa, a la medida racional que la ira por celo está reclamando de él, pues al centrarse la ira en la venganza, si el fin de la venganza es recto, la ira es buena.

Pero si la venganza es injusta, o porque recae sobre quien no la merece, o en grado superior al debido sobre el que la merece, la ira es desordenada. Así dice santo Tomás: Según el Crisóstomo “quien se irrita sin motivo es culpable; pero quien se irrita con causa justa no es culpable. La prueba es que si no existiera venganza no aprovecharía la doctrina, ni subsistirían los tribunales, ni serían reprimidos los crímenes”.

Citando el Angélico a san Gregorio, dice: “Hay que tener mucho cuidado no sea que la ira, instrumento de la virtud, llegue a dominar la inteligencia. Que la ira no se porte como señora, sino como sierva, dispuesta a obedecer las órdenes de la razón”. “La ira por celo turba la visión intelectual; pero la ira por vicio la ciega”. En efecto, el corazón de un hombre airado es un mar lleno de borrascas y tempestades. Por eso, como cuando se va la luz no damos un paso hasta que vuelva, para no estrellarnos, cuando desaparece la luz de la razón hay que esperar a que vuelva. Y entonces, iluminado por ella el hombre puede dictaminar su proceder. Cuando la ira es vicio contraría a la virtud de la mansedumbre, parte potencial de la templanza, destruye la amistad entre los hombres, y rompe la concordia. El hombre constantemente airado se hace intolerable, porque su trato se hace difícil, pues cualquier palabra le ofende, y cualquier broma le molesta y le hace estallar. Pero puede suceder que su versatilidad le haga imprevisible. Los mansos poseerán la tierra.

No cabe duda que vivimos una crisis de valores; además, si fomentamos la violencia y la ira los desórdenes seguirán por lógica; cuando se mata sin razón alguna, sino simplemente por placer o demostrar poder, es consecuencia de que los valores han sido relegados, esto es símbolo de la decadencia de nuestra sociedad, los tiempos cambian la naturaleza humana. No, de ninguna manera podemos ser mejores que los de antaño si nos olvidamos de la práctica de la virtud.

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