Horror entre hadas

Por Gerardo Novelo

Cerramos octubre y con él centenares de maratones y especiales y festivales de cine de horror. Vale la pena aprovechar para revisar un género tan peculiar y polisémico como este.

El horror y los cuentos de hadas se sobreponen en más formas de las que uno esperaría. En primera, y en una lectura más superficial, ambos utilizan recursos de fantasía en sus historias (por algo el paisano Del Toro los combina tan bien). En segunda, en una lectura más acercada a la semiótica y narratología, los dos géneros encuentran terreno común al servir a un mismo proyecto pedagógico.

La historia de Caperucita Roja, como tantos cuentos de hadas, se puede vestir fácilmente de horror. Los bosques se prestan a lo macabro, y el lobo embaucador de por sí ya es un sanguinario depredador con garras y fauces. Hasta las tramas de engaño y los tropos de suplantación de identidad son comunes en el género.

Y, sin embargo, por más que se revista la forma, el fondo de Caperucita permanece intacto si fuera una película de horror. Funcionaría exactamente igual, porque el horror y los cuentos de hadas sirven la misma función social: marcar los límites de lo correcto y advertir las consecuencias de la desviación.

Habrá que trazar su linaje hacia el folclor – en este y muchos casos, aunque no exclusivamente, europeo – y captar el propósito de las historias. Todas y cada una tienen buscan enseñar a través de miedo.

El vínculo con el horror se hace más evidente cuando quitamos el embellecimiento propio de Disney u otros cuentacuentos contemporáneos que llevaron ese folclor a lo audiovisual, o si volteamos hacia otros folclores menos sumergidos en industrias culturales.

¿Y qué enseña Caperucita Roja? ¿Qué miedos remite? En una primera capa, es bastante evidente. “No te adentres en el bosque, que literalmente te puede comer un lobo”. Frente a una lectura freudiana, Caperucita expone otros miedos – más psicosexuales, el lobo siendo masculinidad depredatoria a la prepuberta Caperucita– y otras enseñanzas, ahora de subyugación al superyó patriarcal – representado por el leñador – mediante el cual se impone el orden social.

¿Qué tan diferente es el cine de horror, con sus slashers que castigan promiscuidad y sus monstruos anti-naturales? ¿Qué hace, más que dictar lo que es correcto dentro del orden social? Es, pues, el mismo proyecto pedagógico que los cuentos folclóricos.

 

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