Ivanna

Por Mario Barghomz

Ivanna es ella, siempre ella misma; niña de sol y luna, de viento y agua, de música y cielo azul como las mejores tardes de un verano. Amarla es amar a Dios, ¡amar la vida!
No conozco entusiasmo más grande que el de ella cuando me ve; ¡abueeelo!…, y se echa a correr desde donde esté y yo tengo que estar preparado con los brazos abiertos y los pies bien firmes para recibirla. Es un abrazo de treinta a cincuenta segundos de dos almas y dos cuerpos que se reconocen en el amor, en el encuentro.
Recuerdo cuando tenía 3 años (tan pequeña); llegaba a mi casa (casa del abu’ –decía-) y ya entonces había preparado yo la piscina, el área donde ella jugaba conmigo. A veces llegaba con su tableta para presumirme lo que en ella sabía hacer. –Te voy a enseñar, me decía-, y jugábamos a que yo no sabía nada y ella lo sabía todo. ¡Qué gran maestra!
Un día Petete (como le digo a veces de cariño) creció, como todos los niños. Hoy tiene 8 años. Ivanna es una niña extraordinaria. En su caso avispada, vivaracha, extrovertida y siempre risueña, con una energía capaz de dormir a cualquier búho; baila, canta, corre, sueña y vuela como un pájaro. Le encantan los unicornios y los peluches, pero también las sirenas; vive entre la fantasía y la realidad. A veces desparece aunque la esté mirando y se esconde donde nunca voy a encontrarla.
Hace poco aprendió a andar en bicicleta (¡qué logro!). Juega a subirse a cada árbol, a correr con otros niños, a perseguir pompas de jabón y a darle de comer a las palomas, a ser niña mientras yo la miro y me encargo de ser abuelo.
¿Pero qué niño no es y no hace lo que hace petete? Niños que quieren nadar, patinar (sobre pista de cemento o de hielo como lo hace ella), jugar al futbol o al ula ula, a ser cirqueros o simplemente echarse a correr. Niños que si se caen y no se rompen una mano o un diente, casi siempre rebotan. Niños todos amados por Dios y bendecidos por la gracia de su edad. Niños que también deben estar a cargo del amor y el cuidado de sus padres y abuelos, de su protección y orientación. Niños para los que el mundo es su familia y su casa. Niños que esperan ser siempre atendidos, abrazados y escuchados, acompañados en cada una de sus aventuras, en cada uno de sus sueños. Niños que aspiran, cuando crezcan, a ser buenas personas.
Niños que son como los instrumentos de una orquesta porque sin ellos no existiría la música en la belleza de una melodía. Ellos mismos, en su esencia, son la música del cielo sobre la tierra.
Los niños como petete son el entusiasmo y el ruido de una casa, el movimiento y la vida. Sin Ivanna la vida sería otra cosa, más oscura y vacía, más plana y más llana, sin más sentido, ánimo ni brillo.
Petete, mi nieta, es un pequeño faro de luz que alumbra cualquier oscuridad, voz que hace imposible el desencanto y la soledad, el sufrimiento o el desamparo, movimiento afortunado y perpetuo que nos permite sentir y saber que vale la pena vivir.
¡Feliz Día del Niño, Petete; Ivanna de mi corazón!
¡Y feliz Día del Niño a todos los niños como tú!

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