Joker es el villano, maldita sea

Por Gerardo Novelo

Entre los proyectos cocnándose en DC, el único que no parece estar encerrado en el horno es la reinterpretación del Joker, protagonizada por Joaquin Phoenix y dirigida por Todd Phillips. Contra todo sentido común, parece necesario recordarle a la internósfera que el Guasón es el villano, maldita sea.
Internet tiene una historia delicada con el personaje. Por alguna razón, lo han tomado como el emblema de los vatos edgy que se creen la nata del planeta. Ya saben: misántropos, únicos y diferentes, convencidos que su apatía y nihilismo de caricatura les hace interesantes.

Joker llega en un momento clave en la cultura popular digital, y temo que no sea lo suficientemente consciente de su rol en la misma. En todo occidente estamos viendo hombres jóvenes, en su mayoría blancos y heterosexuales, radicalizados hacia la violencia, convencidos de que el rechazo es culpa de la sociedad por odiarlos y no de su propia misantropía —algo un poco demasiado parecido a lo que la película retrata y demasiado cercano a lo que el personaje representa-.

El Joker que Heath Ledger interpretó era un charlatán que sabía aparentar profundidad, con largos discursos sobre lo podrida que es la sociedad y lo terribles que son las personas. La película deja muy claro que él es el villano y que su palabrería no es más que un intento de justificar su propio odio y deseos de destrucción. Y henos aquí, diez años después, y su rostro adorna publicaciones de Facebook con leyendas torpes como “se ríen de mí porque soy diferente, yo me río de ellos porque son iguales” o “vivimos en una sociedad”. El cinismo y la autovictimización son cosas chidas, chavos.

En el peor de los casos, Joker será una película mediocre que retrata y alimenta, sin darse cuenta, a una de las problemáticas sociales más grandes del siglo. En el mejor, se unirá al pedestal de Fight Club, Scarface y A Clockwork Orange como un brillante análisis de una personalidad destructiva, cuya audiencia principal en cambio la leerá como una celebración de su propia misantropía.

 

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